domingo, 29 de julio de 2007

MAMÁ



© Ronald Castillo Florián

Aquella tarde, tendido en la cama –si es que se puede decir cama a un pedazo de esponja tirada en el piso que humildemente calienta nuestras noches- no dejaba de pensar en cómo hacer para conseguir el sacro santo alimento diario si lo único interesante que aprendí en mi vida es vegetar el pensamiento y plasmarlo en un pedazo de papel mal cortado que termina perdiéndose en el olvido.

Ahí tirado imaginando mundos espectaculares, a la espera de tu regreso, solo miraba la pared celeste con manchas blancas que algún pintor improvisado derramó sin censura y que me daban sensación de claustrofobia, no atinaba nada más que pensar y soñar y seguir pensando y seguir soñando.

Ahí tendido al olvido lamentando el hacer nada comencé a sentir algo extraño en el estómago, como un pequeño dolorcillo ingrato que se esforzaba en moverme de mi estado catártico, lentamente levanté el brazo, me acomodé la sábana viré a otro lado y decidí cerrar los ojos ante aquel extraño y escurridizo e improvisado dolor.

Aquella extraña sensación se hizo estática, no tan fuerte, no tan débil pero estática que casi y a veces pasaba desapercibido. No sé cuanto tiempo transcurrió, pero ya era toda una vida que te habías marchado y aún no regresabas y la sensación de soledad unido al dolor me hacían infeliz en cada respiro.

Casi al punto del colapso y de la hipotermia cardiaca abriste la puerta, me miraste sorprendida y me preguntaste del por qué no me había levantado, yo con mi típico rostro de niño asustado te dije que vinieras y te acostaras a mi lado, tú –gracias a dios- no lo dudaste y en ese mismo instante te desnudaste y cual diosa te acostaste junto a mí y tu piel desnuda hizo que mi cuerpo se erizara al punto de sentir frío/calor.

Nos miramos fijamente, pensé en hacerte el amor en ese mismo instante, y cuando empecé a tocar tu rostro aquel dolor abdominal que tenía se hizo demencial, me preguntaste qué me pasaba y tanto era el dolor que no podía hablar, no sabías qué hacer, te desesperabas y yo gritaba, hasta que de pronto, sentí ganas de vomitar, no entendías por qué estaba así, te quedaste muda cuando empecé a abrir la boca y al ver que de ella salía una bolsa inmensa.

Algo extraño había pasado, qué era eso, nos miramos anonadados, yo estaba más asustado aún por haber sacado eso de mi cuerpo. Tú sin dudarlo decidiste abrirlo para ver que había adentro ya que aquella bolsa empezaba a latir como si tuviese vida. Cogiste el bisturí y nuestra sorpresa fue enorme al ver que dentro de ella había una niña, una dulce niña que al vernos empezó a llorar.

La cogiste con mucho cuidado, me pediste que buscara toallas limpias, le hiciste cariño, la niña empezó a sonreír y de pronto te quedaste seria, como entendiéndolo todo, me miraste como nunca lo habías hecho, yo me quedé asustado al ver tu reacción y por fin dijiste:


- ¡Ahora lo entiendo! ¡Ahora lo entiendo! ¡Ahora lo entiendooooo!
- ¡¿Entiendes qué?! –te pregunté-
- Ahora lo entiendo, lo que pasa es que a ti te toca ser mamá.

-FIN-

4 comentarios:

Anónimo dijo...

ay que tiernoooooooo

Anónimo dijo...

misterioso

Anónimo dijo...

un papá mamá.. buena combinación..

Anónimo dijo...

censured