©Ronald Castillo Florián
Esa día desperté como nunca antes, a las 5 de la mañana, hora extraña e inexacta para mi acostumbrado despertar diario. Suelo ser un tipo dormilón que se acuesta a muy altas horas de la noche y consecuentemente se levanta tarde. Pero ese día fue algo insólito que ni yo me lo creía al punto de pensar que estaba soñando. Lo cierto era que no tenía sueño y sentía unas ganas enormes de tomar un libro y quemarlo, pero no sabía cuál ni por qué.
Aquella sensación pirómana lo tenía tan a flor de piel que me tenía tembloroso en mi cama, no quería levantarme porque quería dormir, y jamás en la vida se me había cruzado en la mente quemar un libro, por más malo que sea, por más vil, por más hereje un libro no merece ser quemado sino más bien sus autores –analógicamente hablando- por eso aquella sensación estúpida de levantarme y prender fuego un libro me tenía asombrado que me resistía a tal evento demoníaco.
Me sentía intranquilo, ansioso, me agarraba fuerte del colchón, daba vueltas y dentro de mí me repetía ¡jamás lo haré, no lo haré! Pero esa fuerza inefable cada vez se atenuaba que no sabía si llegaría a resistir. Como en toda lucha siempre hay un perdedor, no pude más y decidí rendirme, me levanté de un brinco, me puse un polo y me dije: ok, iré a quemar el libro. Descendí las escaleras de mi cuarto, aquella fuerza extraña me conducía, y en vez de llevarme a la pequeña biblioteca de mi casa me llevó a la cocina, me hizo tomar un fósforo y me condujo nuevamente a mi cuarto. Qué extraño me dije, por qué voy a mi cuarto, tal vez porque el libro está ahí me respondí, es increíble caminar guiado por algo sobrenatural pero yo me dejaba llevar para acabar de una vez con esa payasada.
Al llegar a mi cuarto me dirigí inmediatamente a mi escritorio, me senté y de la ruma de libros que tengo comencé a escoger el que tendría que morir. Buscaba y buscaba con tanta desesperación que me ponía nervioso, hasta que lo encontré, era un libro relativamente nuevo, poco leído, no famoso, color anaranjado, de poemas no muy logrados, un libro joven que la fuerza literaria –o qué sería- me obligaba a destruir.
Observé bien el libro y al reconocerlo me asusté mucho, aquel libro era mío, uno que había publicado recientemente y que no tuvo difusión, un libro escueto pero mi hijo al fin y al cabo y esa fuerza extraña me obligaba a prenderle fuego, antes de eso, sentí unas ganas enormes de volverlo a leer, lo coloqué encima del escritorio, lo contemplé silenciosamente, parecía dormir y mis manos hábilmente encendieron un fósforo dirigiéndolo a mi cabeza. Me asusté mucho pero esa fuerza tremenda me obligaba a quemarme, luché conmigo mismo y el fósforo parecía no agotarse.
No quise luchar más, me encendí la cabeza y mis pensamientos se fueron disgregando de a pocos, después de ese evento, he comenzado a escribir puro fuego, solamente fuego que ya no se apagarán jamás.
-FIN-
3 comentarios:
veo que le tienes mucho amor por los libros,pero ya llegara la hora en que tus demoniacas ideas se publiquen en la ociosa gnt peruana
el libro nunca muere
HANS.
NO SOY MUCHO DE ENTRAR A COMENTAR ESTE TIPO DE LITERATURA, PERO ME IMPACTARON MUY POSITIVAMENTE TUS PENSAMIENTOS, REFLEXIONES Y CREATIVIDAD. SIGUE ADELANTE. SE QUE NOS SEGUIRAS SORPRENDIENDO DE MANERA CONFRONTADA Y ORIGINAL AL EXPRESAR TUS PASIONES Y SENTIMIENTOS PERSONALES A TRAVES DE TUS ESCRITOS.
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