sábado, 9 de febrero de 2008

NADIE


©Ronald Castillo Florián

Sólo lo vi una vez en la vida, pero fue suficiente para no olvidarlo jamás. Él era enjuto, lacónico, animal, grasiento, grosero, enano, feo, y sobre todo un can humanizado que respondía al nombre de Nadie.

Fue una tarde de invierno más o menos a mediados del mes de noviembre que se cruzó en mi camino. Yo estaba en procura de algún restorante donde poder tomar una buena taza de café caliente para aplacar el frío demencial, y él, no sé que hacía por ahí. Yo llevaba en mis manos la obra completa de San Juan de la Cruz. Percibí que me observaba con su mirada de fuego, pero no le hice caso pues sabía que se trataba de un loco más, unos de tantos como yo.

Encontré un restaurante media hora después de vagabundear, me senté y pedí un café muy cargado y súper caliente. El mozo no demoró en traerlo y me preguntó si quería algo más, le dije que por el momento no, respuesta que le disgustó pues por un café no se deja propina. Con el café casi hirviendo a mi lado, disimuladamente saqué la pequeña botella de ron que siempre cargo y lo vertí en la taza caliente de manera discreta, celosa y cuidadosamente, para que nadie se dé cuenta. Una vez colocado aquel néctar (al menos para mí lo es) procedí a guardar mi botellita con el mismo celo con que lo había sacado. Perdí la visión del lugar por tres segundos, y cuando volví a mi realidad me di cuenta que aquel tipo estaba frente a mí, bien sentadote, mirándome emocionado y con un cigarro apestoso en la mano. Disimulando mi asombro le dije: “quién diablos eres”; él con su seriedad animalesca me dijo que era Nadie y que estaba ahí solo por una cosa. Yo rápidamente le dije que se estaba jodiendo porque no tenía plata, que perdía el tiempo.

No quiero nada de ti, me dijo seriamente. Entonces qué quieres, porque estás aquí, le respondí molesto. Aspiró con placer la última parte de su cigarro y luego, hábilmente, quitó el papel de la colilla y la comenzó a masticar como chicle. No pretendo nada de ti, me volvió a decir, no pretendo nada de nadie. Sólo estoy aquí por una cosa.

Yo seguía sin entender qué es lo que quería, miré a ambos lados, el mozo parecía no percatarse de aquel extraño, las demás personas hablaban y bebían tranquilos. Qué quieres le dije. Sólo quiero que me leas un poema de San Juan de la Cruz, sólo eso. Me sorprendí de aquella petición, me quedé mirándolo y pensando en cómo un “animal” podía conocer a tal insigne poeta; léeme un poema por favor, diciéndolo esta vez con una voz infantil y con un brillo en los ojos que deslumbraban emoción. Ante aquel pedido yo no podía hacer caso omiso, entonces abrí el libro al azar y salió el poema: “Un Pastorcito” Lo recité (leí) como si la conociera desde siempre y una vez terminada la lectura, bajé el libro lentamente, lo coloqué en la mesa y vi que aquel visitante inoportuno estaba mirando concentrado algún lugar inexistente, luego me miró fijamente, y me dijo:

- ¡Esa es mi historia, esa es mi historia!.
Se levantó despacio y se fue repitiendo esa frase. Me quedé sorprendido por aquel cuadro, cogí la taza de café:

- ¡Mierda se enfrió esta vaina, ese loco tiene la culpa!.

Me levanté molesto, y decidí irme del lugar, el mozo vino hacía mí pidiéndome que pagara el café, yo furiosamente le dije que no pagaría por algo frío y me fui echo una bestia sin saber por qué.

-FIN-

4 comentarios:

Anónimo dijo...

ese tipo estba loco.. pero me late que es tu otro yo

Anónimo dijo...

en lima hay cada locooooo

Anónimo dijo...

A veces pasa eso de encontrarse con cada loco pero en tu escrito es sorprendente que un loco te pida que leas el Pastorcito de San Juan de La Cruz. Pero bien me sorprendió.

Anónimo dijo...

hace tiempo que no leo el pastorcito, me lo puedes enviar a mi correo.