miércoles, 5 de septiembre de 2007

PRAXIS


© Ronald Castillo Florián

La conocí cuando aún vestía en pañales, cuando aún no me daba cuenta de su exótica belleza, cuando mi cerebro solo pensaba en destrozos apocalípticos y no en el amor universal que hoy le profeso. Fue en un lugar lejano allá por el sur donde nací y crecí sin tener más recuerdo que eso. Y Fue mas bien en su tierra, también en el sur, un poco más allá, precisamente en Ica donde después de poner el primer pie juré no mudarme jamás ni olvidarme de tanta belleza.
Desde aquel día donde nuestros destinos confabularon para unirnos y luego de haber contemplado su rostro angelical, desde aquel día juro por Dios, no he dejado de pensar ni de alabar tanta majestad que su rostro refleja.
Hoy… hoy ella está conmigo, a mi lado, en mi sangre, en cada latido, en mi cuerpo, en mi vida… hoy, y después de tantos años, me he prometido no tener más destino que su destino y que nuestro rumbo será nuestro y solo nuestro hasta el infinito.
Miles de veces he gritado al cielo el júbilo mágico de ser su dueño/esclavo y de despertar junto a ella sintiendo el calorcito de su pecho caliente derritiendo mi pecho de chocolate que endulza su vida.
Lo sé, somos dos extraños que deambulan en este mundo sin más propósito que amarse sin importar que algún descarado censure nuestro cariño. También lo sé, somos dos en uno sin divisiones, que ni suman ni restan ni dividen y que se aumentan sin partirse ayudando a latir el pecho del mundo herido.
En resumen, desde que nací, no he sido nunca yo, porque desde el momento que abrí mis ojos, sus ojos se posaron en los míos capturándolos para no tener más reflejo que su imagen anclada en mi alma y que ésta al final de los tiempos reclamará como suya en su morada celestial porque de ahí salio y regresará para no irse jamás.

El mirarte es vivir y morir, morir y vivir, y no sé que cosas más, algo que nunca, aunque lo intente, podré escribir ...