sábado, 10 de abril de 2010

AIRES DE LIVERTAT


Abajo los puristas
vengan todas las palabras
sobre todo los barbarismos universales
todas las construcciones
sobre todo las excepcionales…

Manuel Bandeira
(De libertinagem)


Me he puesto a pensar miles de veces -no es exageración- si en verdad es necesario tener una buena ortografía, si en verdad debemos someternos a ese sistema vicioso y viciado de la normativa ortográfica; y un día, en unos de esos arrebatos que me tengo acostumbrado, me declaré liberto de normas gramaticales y empecé mi periplo por un mundo alfabetizado.

Lo recuerdo bien, fue una mañana, cansado de practicar los usos y desusos de las b-v, s-c-z, g-j, etc., de las conjugaciones verbales, de las cacofonías, de las redundancias, etc. Todo ello fue a partir de la exigencia de mi profesor de lengua, un tipo terco que sometía a toda la clase a sendos dictados con el fin de fregarnos el día, la conciencia y las ganas de estudiar.

Una vez liberado de todas estas reglas, decidí salir de casa para dar una vueltas y respirar mi nuevo aire de libertad. No pasó ni un segundo, cuando descubrí, que yo no era el único liberado de las normas ortográficas. Mi vecino, un renombrado catedrático universitario, ya lo había hecho colocando en su casa un cartel inmenso donde decía: “SE VENDE”. Sentí orgullo al notar que no era el único redimido. Seguí caminando y al llegar al paradero de autobús, me percaté que una señorita, bien vestida, -se notaba que trabajaba en una agencia de viajes, pues éstas son fáciles de percibir- le preguntaba al policía que dirigía el tránsito si tal movilidad ya había pasado, recibiendo por respuesta: denantes nomás pasó el micro, y ella nerviosa le volvió a preguntar: qué hora son. Volví a tomar aire, y me alegré de no ser un paria ortográfico. Entonces ya no me sentí un alienado en un mundo con fallas o naturalidades léxicas, no me pareció extraño, ni mucho menos me sorprendí, al escuchar al cobrador del bus amonestar a los pasajeros diciéndoles: avancen pa tras, por favor, avancen pa tras. Ni qué decir de los paneles publicitarios, inmensos, a todos color, con luces increíbles: “ceviche”, “polleria”, “Ten fé en Dios”, “exámen de admisión, primero de Marzo”, “telefonica” o las ya famosas locuciones: “hemorragia de sangre”, “sube para arriba”, “lo vi con mis ojos”, etc.

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Después de esta experiencia, ya me sentía confirmado en mi rebeldía de anular la ortografía y vivir conforme mi instinto y ganas de escribir me lo dictaran. Y mi primera prueba fue, redactar un artículo para el diario de la escuela. Aún lo recuerdo, el artículo empezaba más o menos así:

AIRES DE LIVERTAT
Akavo de firmar mi livertat de las normas ortografikas. A partir de aora no estare sometido a una regla que no ase mas ke esclavisar a las personas i reprimirlas en la formulasion de sus sentimientos... (Así empezaba mi texto)


Sin lugar a dudas que mi artículo fue la sensación del momento, muchos compañeros al leerlo, primero se extrañaron, pues, estaban acostumbrados a leer según los cánones ortográficos pero poco a poco fueron entrando en la honda y se unieron a mi rebeldía justificada. Lamentablemente, nos fue muy mal, nadie parecía haberse jubilado de la ortografía, nadie permitía errores ortográficos, y entonces me pregunté ¡por qué!

En verdad me sentí un completo extraño, compartía un mundo incoherente, con personas que predican algo y practican otra cosa. El director de la escuela, los profesores, se esforzaban en escribir bien, pero me percaté que no hablaban conforme escribían, y no lograba concatenar ese asunto. Me rompí la cabeza muchas veces tratando de dilucidar aquella incoherencia. Pues siempre he pensado que se escribe como se piensa, ya que la escritura es el reflejo de nuestro sentir, hemos avanzado tanto que ya existen palabras que encierran muy bien algunos sentimientos, pero mis amigos, mis profesores, personas de todas partes –no todas por supuesto- hacían denodados esfuerzo por escribir bien, por corregir, pero eran cómplices silenciosos de grandes errores, no sólo con los paneles publicitarios, no sólo con los diarios, sino consigo mismos.
Yo pienso, que si no hablas bien, ergo, escribes mal, así de simple, y quien sabe hablar, sabe escribir; y aquellos que se esfuerzan en escribir bien, cuando hablan mal simplemente no son coherentes, por ello, aquellos que no saben escribir, no saben hablar.

Claro, que en este tema, también entran nuestras herencias fonéticas, porque somos especialistas en ahorrar sonidos, pollo es igual a poyo; y ese es otro asunto que tengo que seguir pensando. Pero por ahora, debo someterme, o mejor dicho, debemos seguir sometidos, a las reglas ortográficas, pues es importante; primero, porque ya estamos acostumbrados a ellas, segundo porque el mundo nos obliga y tercero porque no queda de otra. Empero, mientras sigamos en incoherencia, este tema no será más que una utopía justificada con un tufillo a livertat/ libertad o como ud. lo entienda mejor.