jueves, 2 de octubre de 2008

EL COPISTA

© Ronald Castillo Florián

Esta profesión que humildemente desempeño es trágica y placentera. Digo trágica porque existe ¡cada caso!, textos ilegibles, dibujos de baja tonalidad, hojas en colapso, etc; y placentera porque me gusta ver el rostro alegre y complacido de la gente cuando su encomienda ha sido llevada a buen recaudo.

No soy un tipo adulador conmigo mismo, pero debo reconocer que hago bien este servicio. Confieso que el ser copista no es mi pasión primera, pero aprendí este oficio por necesidad ya que algo productivo debía de hacer mientras, sentadito esperaba qué hacer.

Trabajo solo, aprendí solo y me desenvuelvo solo, soy autodidacta en este trabajo, virtud que me enorgullece ya que muchos por lo menos necesitaron de manuales para poder descubrir los secretos y la gloria del oficio.

Ser copista tal vez para muchos sea algo mínimo, pero para mí que codo a codo, sudor a sudor batallo con la fotocopiadora para quitarle su se secreto me hace un campeón en el desenvolvimiento diario de este oficio. Ser copista no solo equivale a cobrar 10 céntimos la copias sino, abrir bandeja, cambiar toner (ensuciarse) y esperar que un cliente se aventure en este mundo.