jueves, 13 de diciembre de 2007

¿Loca?

© Ronald Castillo Florián

Aún lo recuerdo, me había quedado dormido plácidamente en la sala de mi casa. Había acomodado el sillón de tal manera que estaba tan cómoda que parecía mi cama. Eran como las diez de la mañana, estaba a punto de salir y de súbito un sueño tremendo me invadió y sin mediar nada me acosté sin importarme que en ese momento esperaran por mí en el centro de Lima.

Aún lo recuerdo, entre sueño escuchaba a mi madre entrar y salir de la casa, primero para hacer su ininterrumpida limpieza del frontis del hogar para después terminar en la sala. Por suerte mía ella respetaba mi sueño y realizaba su labor sin hacer el mínimo ruido. Luego, al terminar la limpieza se fue al mercado, mientras yo seguía tirado roncando deliciosamente en ese vetusto sillón que conozco desde que era un bebé.

No me importaba nada que María Liz estuviera esperándome en la plaza de armas, habíamos quedado justo al frente del palacio de gobierno con el severo castigo de quien llegase segundo tendría que comprar un helado. No me importaba que justo a esa hora hubiera salido un sol inclemente y que ella estuviera sentada solita en medio de la plaza aguantando el calorón que le enfermaba su piel porque es blanca como la leche. Siempre me había gustado María Liz, primero porque su nombre me parecía exótico, segundo por su extrema delgadez que unido a su cabello negro largo, le daban una combinación de sombrío reflejo que me asustaba y me excitaba al punto de sentirme atraído antes de siquiera haberla conocido. María Liz estudió filosofía y se cree poeta, yo estudié literatura y juntos hacíamos de las más terribles opiniones un coloquio tan ameno que terminábamos hasta mentándonos la madre con tal placer que acabábamos extasiados por tremendo dialogo. María Liz también tenía una manía al igual que yo, nunca llegábamos tarde, pero aquel día, un sueño abismal me había capturado olvidándome por completo que ella me esperaba sentadita en la plaza de armas, muriendo de calor, esperando su helado y maltratando su piel.

La cita había sido pactada para las once de la mañana, yo desperté a las doce y media o mejor dicho mi madre me despertó preguntándome si quería almorzar. Cuando abrí los ojos no recordaba nada, me senté somnoliento bostezando y refregándome los ojos, entonces la imagen de María Liz me invadió el cerebro adormeciéndolo de miedo que grité su nombre al tiempo que me alistaba para ir a su encuentro. Entonces sucedió, sonó mi celular, presuroso lo contesté y no había nadie al otro lado, grite y grité y nadie me contestaba. Seguí apresurando mis cosas para salir volando y volvió a sonar el celular, esta vez en la pantalla salía el nombre de BEBITA –apelativo que había puesto a María Liz para saber cuando ella me llamaba- pero nuevamente nadie contestaba, ya pues María Liz dime algo, le suplicaba, y el silencio seguía en el otro lado hasta que me colgaron. Salí presuroso de mi casa y mi mamá intrigada me preguntó para donde iba y no tuve tiempo ni para responderle. En el camino mi celular volvió a timbrar pero ella no me contestaba yo como sabía que me escuchaba le pedía perdón por mi falta y le rogaba que me espere. Así me tuvo todo el camino, me llamaba y no contestaba y yo seguía rogándole su perdón y esbozando disculpas de todo tipo. Llegué media hora después, fui corriendo a la plaza de armas, no sin antes comprar un helado súper especial a modo de paga por mi error, cuando llegué a la plaza encontré un montón de gente al frente del palacio de gobierno, todos conversaban y renegaban, no entendí que sucedía pero me acerqué pues estaban en la banca acostumbrada donde María Liz y yo nos esperábamos.

Tanta gente me intrigaba, me metí por en medio y ahí estaba María Liz, hablando fuerte, anunciando no sé que cosa pero llamando la atención del público, me miró, me saludó tímidamente e interrumpió su discurso, la gente al ver que ella no decía nada se dispersó, entonces le pregunté qué es lo que estaba sucediendo mientras le entregaba su helado, y ella me respondió que no lo entendería. Quise respetar su silencio pero la intriga ya estaba sembrada en mi mente.
Entonces le increpé el por qué me timbraba al celular y no contestaba y me volvió a decir que tampoco lo entendería. No supe si molestarme o seguir respetando su silencio, pero ella al notar mi tristeza me dijo:

- ¿Sabes porque no te quiero decir lo que estaba sucediendo?
- ¡no, no lo sé! –dije triste esperando me contara-
- Porque esperar me jode la cabeza y tenía de alguna forma hacer algo mientras tú llegabas.
- ¿Qué? –pregunté extrañado-
- Por eso mismo digo que no lo entenderías.



-Fin-

lunes, 12 de noviembre de 2007

EL REFLEJO



© Ronald Castillo Florián

No podía creerlo, estaba justamente frente a mí, delante de mis ojos, casi casi en mis brazos… Siempre lo había soñado, siempre fue una obsesión, siempre fue un deseo universal encontrarlo, mirarlo, y suavemente tenerlo en mis brazos.

Fue un día de agosto, aproximadamente a las tres de la tarde, yo estaba con sed y cansado de tanto caminar dejando mi currículum en varias empresas donde puedan solicitar mis servicios. Lo recuerdo bien, yo estaba por la plaza San Martín, exhausto, perplejo, y conchamadreando a todo el mundo porque la sed y el cansancio me estaban desgraciando la vida.

De pronto, en una de esas apoteósicas ventadas de madre que daba a los transeúntes (mentalmente claro está) lo vi aparecerse -¿o fui yo quien me le aparecí?- pero lo cierto es que ahí estábamos los dos, frente a frente, pico a pico, nariz a nariz, pechito a pechito, lo miré, me miró, le moví las cejas, alcé las manos, estornudé, y él hizo lo mismo, quién diablos eres, me preguntaba en silencio, quién diablos eres, me volvía a decir, y al instante mi cerebro (que nunca para ocioso) me respondía que era aquello que yo buscaba desde hace muuuucho tiempo, pero; qué era aquello, volvía a preguntarme y mi cerebro una vez más (es que el truhán es tan acertado) volvía a responder que era aquello que necesitaba. Estuve un buen rato parado frente a él, un rato eterno, un rato ratísimo (en verdad un minuto pero que para mía era toda una vida), y ya cuando estuve cansado –un minuto vale horas- estaba a punto de hacerle frente, y en eso apareció otro tipo, éste era distinto, con barba, feo, mal vestido que me dijo de inmediato:

- ¿lo va a llevar o qué?

Lo miré asombrado diciendo: ¿me lo tengo que llevar?
- Claro que se lo tiene que llevar –respondió enojado- Pero antes me tiene que pagar.

Fue entonces que entendí, la cachetada de la realidad vino a mí, metí la mano al bolsillo y sólo tenía ochenta céntimos (precio del medio pasaje) y le dije:

- No necesito por el momento el espejo.

Mi me fui triste porque en verdad sí lo necesitaba, solo que no tenía dinero.
-FIN-

sábado, 29 de septiembre de 2007

LA VISITA


© Ronald Castillo Florián

Lo supe después que se fue de mí. Sucedió así sin más ni más un día cualquiera. La noche anterior yo había llegado tarde y muy cansado del trabajo, en el camino estaba renegando porque la maldita combi demoraba deteniéndose en cada paradero, yo no pude contenerme y muchas veces recriminé al conductor, éste para callarme me decía que si estaba apurado me baje y tome un taxi.

Esa noche había llegado a mi casa hecho una furia, estaba tan molesto y cansado que sin mediar nada me dispuse a dormir no sin antes prometerme que al día siguiente mandaría al diablo cualquiera que se atreva a molestarme.

En la mañana, al despertar, estaba esperándome, no sé si toda la noche o acababa de llegar, lo cierto es que estaba delante de mí. Cuando se percató que yo despertaba, raudamente como predestinada se posó en mi cabeza, me dio tanto asco que de un movimiento la espanté, pero ésta al parecer quería estar conmigo que volvió a posarse, una y muchas veces la ahuyenté pero ella terca regresaba, finalmente tuve que dejarla porque se me hacía tarde para ir a trabajar. Todo el camino me acompañó, no me dejaba libre, por momentos la olvidaba y por otros me daba mucha cólera, pero no podía detenerme en cojudecitas pues sabía que tarde o temprano debía abandonarme.

Así estuvo todo el día, terca, libidinosa, maldita, detestable, angurrienta, abusiva, asquerosa. Regresé a casa echando tantos diablos que no tuve ganas de cenar. Me alisté para dormir y ella, por fin, salió de mi cabeza, se puso frente a mí, me miró y se fue. Me quedé pensando el por qué de la visita de aquella mosca, el porqué de su compañía todo el día; y justo antes de dormir lo entendí:

- ¡Lo que pasa –dije sabiamente- es que todo el día estuve pensando cochinadas!


-Fin-

lunes, 24 de septiembre de 2007

AQUELLA MUJER, AQUELLA MISTERIOSA MUJER

© Ronald Castillo Florián

Ahí estaba ella, me parecía conocerla de algún sitio, yo sentía esa extraña sensación que se tiene cuando crees reconocer a alguien y no sabes quién es, ese sentimiento que te pasa por la cabeza cuando vez a una persona que creíste ver antes pero que no logras reconocer. Ahí estaba ella sentada en el parque, y yo a cinco metros observándola, tratando de sacar del baúl de mis recuerdos su imagen. Ahí estaba ella casi llorando, triste, mirando un horizonte que en realidad no miraba, y yo a cinco metros preguntándome: de dónde la conozco.

Me quedé un buen rato mirándola, ella parecía no notar mi presencia, es más ella parecía no estar en este mundo, sus ojos miraban un punto fijo que la hipnotizaba, que la abstraía y del cual parecía no querer salir. Yo por mi parte, hacía esfuerzos para saber quién era, pero mi mente era tan débil que ningún vestigio de conocimiento me daba. Quise darme media vuelta, seguir mi camino, quise alejarme porque tal vez había sido una especie de casualidad, tal vez en realidad no la conocía y tendría algún parecido con alguien que conozco y por ello la confusión. Ella inmutable, seguía observando al horizonte, parecía una estatua humana, parecía un muñeco sin vida que se quedó sentado a la espera de que alguien le dé movimiento, entonces me decidí, tendría que acercarme de una vez por todas para saber si la conozco o simplemente me equivoqué. No tenía nada que perder, si no llegaba a reconocerla me retiraría con una disculpa, seguiría mi camino y me iría sonriendo por lo tonto y la mala pasada que me hizo mi mente.

Ahí parado, mirándola, tratando de imaginar algún dialogo di el primer paso, fue el paso más largo de mi vida, fue el más extraño y pesado, era un sufrimiento acercármele, era una fuerza extraña que me impedía avanzar, pero no me inmutaba, tengo que avanzar me decía, tengo que avanzar para saber quién es esa mujer que creo reconocer. Al principio pensé que era parte del nerviosismo, pensé que era mi incapacidad estúpida que siempre me gobierna, pensé que era parte de mi timidez que me hacía sentir miedo de estar a su lado, pero ya estaba decidido, ya estaba animado, ya estaba con ánimos y nada ni nadie me harían cambiar esa decisión importante.
Ella sólo miraba al horizonte, concentrada en su pensamiento, concentrada en su vida sin importarle nadie más, sin importarle que a cinco metros hubiera un tonto que estaba dispuesto a jugarse la vida con tal de saber quién era, con tal de saber si la había visto en algún lado.

El segundo paso fue más difícil aún, fue doloroso, trágico, devastador, sentía que cada esfuerzo que hacía me arrancaba las entrañas, sentía que en cada intensión tenía menos aire, pero ya estaba decidido y no volvería atrás.

A pesar del sufrimiento, y de las lágrimas me propuse no detenerme, estaba tan cerca, tan lejos, que no me rendiría, sentía como si mis piernas fueran dos muros de concreto, sentía como si mis piernas fuesen dos pesadas rocas ancladas al suelo y que ésta no estaba dispuesta a soltar, sentía que se me iba la vida en cada paso pero estaba listo para ofrecerla con tal de verla de cerca y así resolver ese misterio de quién es ella. Ya para el quinto paso una extraña sensación me empezó a invadir, un sudor frío, inefable, caluroso, angustioso, me empezó a abordar el cuerpo, una sensación que me decía: date vuelta, regresa, no avances más, te costará la vida llegar a ella; pero si ya estoy a un paso, pero si ya estoy tan cerca, y lo decidí ahí mismo, aunque me juegue la vida, aunque muriera en el intento, ese día, a esa hora, en ese lugar resolvería el misterio de esa extraña mujer sentada en el parque que mira al horizonte y que no se percata que muero por reconocerla.

Hasta que finalmente, con mucho esfuerzo, casi muriendo, agonizando, desangrándome pero con alegría de haberlo logrado llegué a su costado, me senté a su lado, pero ella seguía inmutable, seguía concentrada en su pensamiento, no sé dio cuenta que yo estaba sentado a su lado, observándola, mirándola, atrapándola, sufriéndola, recordándola… me quedé así, hasta que decidí hablarle, me atreví a romper su concentración, violenté su silencio, tal vez no me lo perdonase, tal vez , tal vez, tal vez, mi vida siempre había sido eso, puros tal vez, malditos tal vez que me impiden tomar decisiones, estúpidos tal vez que me frenan y me cagan la vida, tontos tal vez que al igual que mi vida se bifurca al no saber qué hacer, porque esos tal vez siempre estaban cerca de mí, en mis labios, en mi lengua, en mi cabeza. Hola, le dije nervioso, creo que te conozco; entonces ella, pareció salir de su trance, me había escuchado, la había interrumpido, volteó para verme y en el instante que lo hacía, la reconocí, era aquella mujer que desde hace siete años me roba el pensamiento, aquella mujer que desde hace siete años mi corazón solo late por verla, aquella mujer que desde hace siete años suspiro y por culpa suya mi vida no tiene sentido. Volteó a mirarme, yo me quedé asombrado, no dije nada, cerré los ojos dos segundos y cuando los abrí, ya no estaba, había desaparecido, se había hecho humo. Sorprendido por esa experiencia me levanté y seguí mi camino, pensando qué había pasado, por qué se había ido, entonces lo entendí, era su recuerdo el que me visitaba, era su recuerdo que no se había querido borrar de mí.


-FIN –

lunes, 17 de septiembre de 2007

NO SÉ NADA

© Ronald Castillo Florián


Esbozado en Ica


Decir “no sé nada” en este tiempo no es utopía, ni mucho menos sinónimo de ignorancia. No se trata de ser retórico ni un pobre "inculto" de la sociedad, es sólo reflejar lo que se está viviendo en nuestro contexto actual.

Lo sorprendente es que cada vez son pocas las personas que reconocen aquella sapiencia de ignorar lo que no se sabe, ya que el común regulador del mundo dice saberlo todo. Si algo ignoras simplemente eres un don nadie, por ello muchos de nuestros amigos, familiares, vecinos, personas vinculadas a nuestro entorno y también aquellas que desconocemos, cada vez más, dicen que lo saben todo o casi todo aun si saber si es cierto.

En este momento decir “no sé nada” es una gran valentía universal, porque cada vez la ciencia descubre cosas nuevas, tanto así que los conocimientos previos quedan caducos. Por ello decir “no sé nada” no me da miedo, temo decir que lo sé todo, porque después cuando alguien me pregunte de uno u otro tema me daré cuenta que sé todo sin saber nada y así me perderé viciosamente en la retórica fantasiosa del saber todo sin saber nada, por eso, al aceptarlo lo declaro.... ¡No sé nada! aquella frase me abre al conocimiento universal.

jueves, 13 de septiembre de 2007

EL "MOCHO"

© Ronald Castillo Florián
Para Mamilla

Esa tarde había salido a caminar a orillas del río para despejar la mente. Fue una tarde sin alegrías ni tristezas, simplemente una tarde como cualquier tarde donde los sentidos solo tenían ganas de descansar.
Estuve caminando sin rumbo contemplando estepas sin importarme nada a cambio. De pronto lo escuché, lanzaba un grito lastimero, de dolor, de hambre, de soledad, un grito que nunca antes había oído. Presuroso comencé a buscarlo entre los matorrales y no lograba hallarlo, el grito parecía que provenía de todas partes pues era tan aterrador que el universo lloraba junto a él.
Seguí buscándolo y al parecer nunca lo encontraría, me detuve un momento para concentrarme y dar con el lugar exacto del quejido pero nada, todo el lugar estaba lleno de dolor y cualquier parte emitía su llanto. Exhausto por la búsqueda me había dado por vencido cuando de repente, sin mediar llanto alguno, reinó el silencio. Me asusté pues creía que todo lo que había escuchado había sido producto de mi imaginación, pero para mi sorpresa después de esa leve soledad, entre el mato agreste y seco, salió él, débil, enjuto, mendigo. Me miró y como si me conociese, empezó su llanto triste, el más triste que había escuchado en mi vida, no pude contenerme que lloré con él. Me le acerqué con lágrimas a flor de piel, me le acerqué pues sentía que necesitaba de mí y que yo era su salvación. Cuando lo tuve cerca, su aspecto me horrorizó, me dio lástima y compasión, estaba muy flaco, hacía días que no comía, y para su mala suerte una herida le acompañaba, una herida que le supuraba dolor en cada instante, una herida mortal que algún maldito le había provocado.
Desde esa tarde y todas las tardes, a la misma hora, me dirigía al río para llevarle sus alimentos, desde esa tarde y todas las tardes mi vida se ató a su dolor queriéndole sanar sus heridas y calmarle su sed de paz. Desde esa tarde y todas las tardes, mi madre me miraba sospechosamente porque esa religiosidad de salir siempre a la misma hora le extrañaba tanto que no se pudo contener y me increpó a dónde iba siempre con el mismo ahínco y con una bolsa en la mano. No recuerdo que estratagema le inventé pero a mi parecer ello le había convencido.



II
Ya era mi rutina diaria visitarlo después de mi almuerzo, le llevaba su alimento y cariño para que no se sienta solo. Él vivía agradecido y me manifestaba su agradecimiento con una mirada tierna que no puedo explicar.
Un día, mi madre no se contuvo la curiosidad, y me siguió en secreto, yo estaba concentrado rogando que él no se haya ido pues me había demorado porque en casa tenía que terminar algunos deberes. Para mi suerte, él estaba ahí, había asistido a la cita y aunque serio al principio se alegró cuando me vio llegar y no pudo evitar sonreír. Le saludé como de costumbre, y empecé a servirle su alimento. Mientras almorzaba yo lo contemplaba y me sentía feliz de ayudarlo, entonces:

- ¡Con que por eso sales todas las tardes, con que por eso sacas alimento y vienes presuroso!

Di un brinco de susto y la reconocí, era mi madre que acababa de descubrir mi secreto.

- No te preocupes hijo –me dijo inmediatamente y tranquila- no te preocupes, esta bien lo que haces –diciendo eso se retiró.

Cuando regresé a mi casa, mi madre estaba en la sala leyendo un libro, no sé si me esperaba pero ahí estaba y me sentí en la obligación de explicarle todo. Ella me escuchó tranquilamente y no me reprendió por nada, me entendía y sabía de mi altruismo. Cuando ya todo estaba entendido me preguntó:

- ¡¿Y qué le pasó en la cola a ese pobre gato?!
- No lo sé –le respondí muy triste- no lo sé. Así lo encontré.
- Y cuál es su nombre –me volvió a preguntar-
- Tampoco lo sé.

Nuestro dialogo cambió de rumbo y mi madre a partir de esa conversación entendía mi salida diaria, hasta que un día, al ver que se pasaba la hora y que aún no preparaba el alimento para el gato, me dijo:

- ¡Hoy no le llevarás alimento para el “Mocho”!
- Sí - respondí enfáticamente- sí voy a llevarle
- Y por qué demoras tanto –me dijo preocupada-
- Porque estoy calentado su comida.

Desde aquel día el pobre gato que encontré a la ribera del río se le conoció como el “mocho”. Un gato triste, perdido, sin cola, pero alegre de tener un amigo como yo.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

PRAXIS


© Ronald Castillo Florián

La conocí cuando aún vestía en pañales, cuando aún no me daba cuenta de su exótica belleza, cuando mi cerebro solo pensaba en destrozos apocalípticos y no en el amor universal que hoy le profeso. Fue en un lugar lejano allá por el sur donde nací y crecí sin tener más recuerdo que eso. Y Fue mas bien en su tierra, también en el sur, un poco más allá, precisamente en Ica donde después de poner el primer pie juré no mudarme jamás ni olvidarme de tanta belleza.
Desde aquel día donde nuestros destinos confabularon para unirnos y luego de haber contemplado su rostro angelical, desde aquel día juro por Dios, no he dejado de pensar ni de alabar tanta majestad que su rostro refleja.
Hoy… hoy ella está conmigo, a mi lado, en mi sangre, en cada latido, en mi cuerpo, en mi vida… hoy, y después de tantos años, me he prometido no tener más destino que su destino y que nuestro rumbo será nuestro y solo nuestro hasta el infinito.
Miles de veces he gritado al cielo el júbilo mágico de ser su dueño/esclavo y de despertar junto a ella sintiendo el calorcito de su pecho caliente derritiendo mi pecho de chocolate que endulza su vida.
Lo sé, somos dos extraños que deambulan en este mundo sin más propósito que amarse sin importar que algún descarado censure nuestro cariño. También lo sé, somos dos en uno sin divisiones, que ni suman ni restan ni dividen y que se aumentan sin partirse ayudando a latir el pecho del mundo herido.
En resumen, desde que nací, no he sido nunca yo, porque desde el momento que abrí mis ojos, sus ojos se posaron en los míos capturándolos para no tener más reflejo que su imagen anclada en mi alma y que ésta al final de los tiempos reclamará como suya en su morada celestial porque de ahí salio y regresará para no irse jamás.

El mirarte es vivir y morir, morir y vivir, y no sé que cosas más, algo que nunca, aunque lo intente, podré escribir ...

miércoles, 1 de agosto de 2007

TE EXTRAÑO

© Ronald Castillo Florián

Para Lili

Te extraño tanto que me parece un milenio de no verte.
Te extraño tanto que me estoy desesperando a raudales el no sentir tus pechos latiendo junto al mío.
Te estoy extrañando tanto que me voy quemando de frío por no tener tu calorcito abrigándome los sueños.
Te extraño tanto maldita sea que me muero y vivo con la esperanza de verte.
Te extraño tanto que si no te extraño no siento vida ni respiro porque eres el mundo donde me muevo.
Te extraño tanto y no me canso de hacerlo porque eres lo que soy y no eres lo que no soy.
Te extraño tanto y no tengo miedo pero sí pavor porque tal vez no regreses.
Te extraño tanto y vuelvo a hacerlo aunque me mienta en tu regreso.
Te extraño tanto
Te extraño tanto
Te extraño tanto que sino lo hago me muero en un instante y recupero la vida con tu regreso.


Te
extraño
tanto
tanto que soy un tonto haciéndolo porque tu regreso es inminente.
Te extraño tanto te extraño tanto te extraño tanto porque eres mi vida en el sentido exacto de vivir.
Te extraño tanto y lo haré siempre porque un minuto sin mirarte es una vida sin respirar.
Te extraño tanto ahora siempre, siempre y ahora y de aquí para toda la vida esperando tu regreso.
Te extraño tanto amada mía porque aún no vienes...

domingo, 29 de julio de 2007

MAMÁ



© Ronald Castillo Florián

Aquella tarde, tendido en la cama –si es que se puede decir cama a un pedazo de esponja tirada en el piso que humildemente calienta nuestras noches- no dejaba de pensar en cómo hacer para conseguir el sacro santo alimento diario si lo único interesante que aprendí en mi vida es vegetar el pensamiento y plasmarlo en un pedazo de papel mal cortado que termina perdiéndose en el olvido.

Ahí tirado imaginando mundos espectaculares, a la espera de tu regreso, solo miraba la pared celeste con manchas blancas que algún pintor improvisado derramó sin censura y que me daban sensación de claustrofobia, no atinaba nada más que pensar y soñar y seguir pensando y seguir soñando.

Ahí tendido al olvido lamentando el hacer nada comencé a sentir algo extraño en el estómago, como un pequeño dolorcillo ingrato que se esforzaba en moverme de mi estado catártico, lentamente levanté el brazo, me acomodé la sábana viré a otro lado y decidí cerrar los ojos ante aquel extraño y escurridizo e improvisado dolor.

Aquella extraña sensación se hizo estática, no tan fuerte, no tan débil pero estática que casi y a veces pasaba desapercibido. No sé cuanto tiempo transcurrió, pero ya era toda una vida que te habías marchado y aún no regresabas y la sensación de soledad unido al dolor me hacían infeliz en cada respiro.

Casi al punto del colapso y de la hipotermia cardiaca abriste la puerta, me miraste sorprendida y me preguntaste del por qué no me había levantado, yo con mi típico rostro de niño asustado te dije que vinieras y te acostaras a mi lado, tú –gracias a dios- no lo dudaste y en ese mismo instante te desnudaste y cual diosa te acostaste junto a mí y tu piel desnuda hizo que mi cuerpo se erizara al punto de sentir frío/calor.

Nos miramos fijamente, pensé en hacerte el amor en ese mismo instante, y cuando empecé a tocar tu rostro aquel dolor abdominal que tenía se hizo demencial, me preguntaste qué me pasaba y tanto era el dolor que no podía hablar, no sabías qué hacer, te desesperabas y yo gritaba, hasta que de pronto, sentí ganas de vomitar, no entendías por qué estaba así, te quedaste muda cuando empecé a abrir la boca y al ver que de ella salía una bolsa inmensa.

Algo extraño había pasado, qué era eso, nos miramos anonadados, yo estaba más asustado aún por haber sacado eso de mi cuerpo. Tú sin dudarlo decidiste abrirlo para ver que había adentro ya que aquella bolsa empezaba a latir como si tuviese vida. Cogiste el bisturí y nuestra sorpresa fue enorme al ver que dentro de ella había una niña, una dulce niña que al vernos empezó a llorar.

La cogiste con mucho cuidado, me pediste que buscara toallas limpias, le hiciste cariño, la niña empezó a sonreír y de pronto te quedaste seria, como entendiéndolo todo, me miraste como nunca lo habías hecho, yo me quedé asustado al ver tu reacción y por fin dijiste:


- ¡Ahora lo entiendo! ¡Ahora lo entiendo! ¡Ahora lo entiendooooo!
- ¡¿Entiendes qué?! –te pregunté-
- Ahora lo entiendo, lo que pasa es que a ti te toca ser mamá.

-FIN-

sábado, 28 de julio de 2007

¿DÓNDE ESTÁ LA REINA?


© Ronald Castillo Florián

La reina ha partido dejándome el corazón herido
Llevándose consigo un ejemplar de lectura
un texto a mitad leído
un vacío
un vacío
dejando su vacío.

¿Dónde está la reina?
Está en el sur
Y mi corazón adormitado
sueña
piensa
espera…

La reina ha partido
La reina ha viajado

jueves, 26 de julio de 2007

GEPHYROFOBIA


© Ronald Castillo Florián

La encontré llorando, muy triste y desesperada, parecía que la vida se le iba en ese instante. Mientras yo me acercaba ella miraba el cielo y su alma, como si ese momento fuese el final de su vida, no se percataba aún que yo me estaba acercando, que iba en su rescate, y ella muy fiel a su estilo “disfrutaba” cada lágrima y cada suspiro de su dolor.
Antes de acercarme dudé si debía hacerlo. Me detuve a unos metros de distancia y me quedé observándola, tratando de imaginar a qué se debía su llanto, pero ella concentrada en su labor nostálgica lloraba, moqueaba y suspiraba sin importarle que muchos transeúntes la miraran como una loca que no tiene vergüenza. Me quedé ahí contemplándola y admirándola, siempre he querido ser valiente como ella, donde el qué dirán vale madre y los sentimientos manifestados salen naturalmente.

No sabía si acercármela o irme del lugar, la miraba tan “feliz” en su dolor que la duda me asaltaba, ¿Será justo que llegue y la rescate ahora que ella llora libremente? ¿Será justo que yo llegué como su héroe y le seque esas lágrimas benditas que le gustan tanto?; así estaba en esas cavilaciones cuando de pronto ella notó que alguien la observaba, y al voltear me quedó mirando como si yo fuese un fantasma, abrió la boca, dio un suspiro, caminó hacia mí tan lentamente que pensé que pasarían horas hasta que llegase a mi lado. Yo quise ahorrarle el tiempo, así que raudamente me acerqué a ella, la miré fijamente, le sequé sus lágrimas diciéndole que no se preocupe que yo estaba ahí, justo ahí para que siga llorando o para servirle de consuelo.

Ella se calmó, unas lágrimas más se le escaparon pero ya estaba tranquila, fue entonces que le pregunté qué es lo que le había sucedido, y me respondió que no le gustaban los puentes, que pasar debajo de ellos le causan mucha tristeza, que siente como si un animal inmenso se la tragara y después la arroja como si no sirviese nada, que esos puentes asquerosos donde muchas hombres mean sin temor a ser vistos le causa pánico, asombro, dolor y le produce mucho llanto.

Al escucharla no sabía si ella me estaba inventado todo eso o simplemente me decía la verdad, así que todo su argumento lo escuchaba con escepticismo. Se dio cuenta de mi reacción, se puso seria y me volvió a decir:

-¿Crees que estoy loca no?
- No creo que estés loca –le respondí suspirando- el que está loco soy yo por no creerte.


- FIN -

miércoles, 25 de julio de 2007

SIMPLEMENTE


© Ronald Castillo Florián

Ya tenía veinticinco años y aún no lo aparentaba. No sé qué diablos había hecho o qué pacto maléfico había realizado para conservar esa lozanía en su cuerpo. Todo aquel que la observaba por primera vez creía que se trataba de una adolescente ya que su enigmática belleza perpetuada en el tiempo encandilaba, hechizaba, destruía y sobre todo me dejaba turulato.

Yo no entendía qué era aquello que me atraía, tal vez su eterna juventud, su belleza singular, su alegría irradiante sumada a su encaprichada manía de deprimirse la hacía la mejor fémina que se había cruzado en esta esfera terrena.

Yo la conocí cuando aún ni podía ponerse en pie, recuerdo bien las veces que excitada por su aventura llegaba donde su madre enseñándole sus éxitos irreconocibles hechos con el barro. Recuerdo, también que en aquella época solamente era una niña como las demás niñas, sucia, descuidada, pero sin importarme en lo mínimo en su quehacer.

Ahora el destino me ha hecho una buena/mala jugada, la he vuelto a encontrar. Sucedió una tarde como cualquier tarde en un lugar cualquiera, cuando la vi y la volví a ver prometiéndome ahí mismo no dejar de verla jamás. No sé cómo hice para que ella se enamore de mí, ni como hizo ella para enamorarme de ella, lo cierto es que estamos juntos, muy juntos, pasando la vida, los años, yo envejeciendo y ella siempre joven enarbolando esa belleza del cual yo me ufano todos los días y en donde me he declarado un reo perpetuo.

Es tan delicioso despertar a su lado, mirarla silenciosamente, amarla profundamente y sentir su cuerpo calentar el mío protegiéndolo como una madre a su hijo en pleno frío. Todas las noches ella se enreda a mí como una vid, no me suelta y me besa tiernamente pronunciando un TE AMO que me termina por derretirme acabando mi vida en ese instante para volver a nacer consagrándome a sus labios. Es tan sublime sentirse amado por ella que en nuestro lecho sólo existe un deseo universal: de amar y solo amar hasta el final y si es posible traspasar el final porque no hay fin para tanta pasión.

Ella es mi mujer, mi hija, mi ración de manjar diario, mi esencia vital, mi aire primordial, mi pecado principal, mi aventura idílica, mi epopeya abismal, mi sentencia secreta, mi precipicio demoníaco, mi incendio helado, mi muerte y resurrección, mi calor dominguero, mi café de todos los días, mis pies, mi escritura, mis manos, ella es mi todo en todo porque sin su presencia ni su belleza secreta no podría vivir. Así es Lili, simplemente Lili para toda la vida.


-FIN-

miércoles, 11 de julio de 2007

LA SANTA QUE NO SABE HACER MILAGROS


© Ronald Castillo Florián

LA CONOCÍ en un lugar que nunca pensé conocerla, en mi habitación. No sé como fue a parar ahí, lo cierto es que me sorprendí ese veinte de diciembre exactamente al medio día, cuando regresaba de mis últimas clases de la universidad. Ahí estaba ella, toda tímida y con la mirada tierna como diciéndome que no me sorprenda, que estaba ahí porque quería ayudarme. Recuerdo muy bien ese día, fue algo increíble, no pensé tener visitas de ningún tipo, por eso fui a mi habitación huyendo de todos, pero estaba ahí, frente a mí, sin decir nada, solo mirándome y esperando que saliera de mi asombro.

Ya antes había escuchado de ella, pero nunca pensé averiguar quién era, además dicen que sus amistades son gente de mal vivir y que le gusta juntarse con ellos ayudándoles a tal punto que la consideran una santa.

¡Tonterías! Decía yo, ¿una santa?, si una persona solo recibe esa categoría cuando la “Santa Iglesia católica” lo nombra como tal… Pero, ese día, que tal vez fue coincidencia, se me apareció, entonces recordé: un veinte de diciembre fue la fecha de su fallecimiento lo supe en mi clase de antropología social cuando el profesor hizo referencia a los santos populares, pero qué hacía aquí, qué hacía en mi cuarto, qué quería de mí.

Después de verla, salí furioso y gritando de mi habitación, llamé a mi madre para que me explique por qué aquella mujer estaba ahí, por qué la había llevado y si es una broma que me parecía del más terrible gusto. Mi madre me dijo que no sabía nada, que aquella estampa no era de ella, que jamás la había visto y que tampoco la conocía porque ella solo reza a santos verdaderos.

Pero la sorpresa seguía en mí, entonces quién la trajo, quién la puso en mi cama; me acerqué nuevamente, la tomé en mis manos y sentí una extraña sensación, sentí como que me miraba, me estoy volviendo loco, me dije, cómo voy a sentir eso, así que la vi de nuevo y esta vez noté una sonrisa, QUÉÉÉ!!! me ha sonreído, y la tiré a la cama, pero aquella sonrisa se quedó tan grabada en mi mente que con la misma velocidad con que la había tirado, con esa misma velocidad la volví a recoger; en la estampita, en la parte de abajo estaba escrito su nombre: Sarita Colonia. ¡Ajá!, me dije, así que ésta es la famosa Sarita, pero quién te trajo acá, o mejor dicho qué haces acá, no se supone que debes estar con los pobres, con los ladrones, con las prostitutas, con los ancianos, con los miserables de la calle, creo que te has equivocado le dije, este no es tu lugar, además no creo en los santos ni en los milagros ni en nada que tenga que ver con lo diz que sobrenatural. Entonces hice algo que jamás pensé hacer, di vueltas la estampita y en el reverso estaba escrito una oración ridícula, tonta, ajena de valor científico, pero que a manera de parodia comencé a leer en voz alta para luego sin percibirlo ir modulando mi voz llegándome a concentrar en cada palabra, al final de la oración estaba escrito: Dígase el favor a pedir, entonces sin dudarlo siquiera, ya liberado de todos mis complejos religiosos –solo momentáneamente, solo por esa ocasión que no sé que me pasó- cerré los ojos y dije: Quiero que Sara… ¡un momento¡, ¿qué quién?... entonces recordé que aquella chica que me tiene loco también se llama Sara, ¡bah! Pura coincidencia, y volví a concentrarme en la oración y en el pedido: quiero que Sara Colonia… entonces lo entendí, me di cuenta que aquella muchachita, mi compañera de la universidad, la que ni bola me da, aquella que ni sabe de mi existencia, a quien dediqué miles de poemas, sí esa, justamente esa que me roba el sueño también se llama Sara Colonia, sorpresa tremenda… y sonriendo por la impresión dije: quiero que Sara Colonia me quiera. Amén.

Aquella inocencia de niño me hizo sonreír. Ya calmado, volviendo en mí de la travesura que acababa de hacer, coloqué la estampa en mi velador, cogí el libro de Joris-Karl Huysmans: Allá a lo lejos, y antes de empezar a leerlo, la miré de nuevo y sin darme cuenta le sonreí. Ella me quedó observando todo el rato que duró mi lectura, parecía no querer molestarme pues sabía que si alguien me interrumpe en mi vicio sagrado reacciono como un animal herido, gruño, grito pateo, alegando que nadie merece ser desconcentrado de tan agradable labor. Allí estaba ella, tranquilita, concentrada, velándome, y asombrada de mi poder de abstracción en la lectura, yo de rato en rato, cuando tenía que cambiar de hoja volteaba a verla, su quietud me sorprendía, me desconcentraba al tiempo que también me hechizaba, ¡pero carajo! exclamé sorprendido, ¡me estoy volviendo loco! Es solo una tonta estampa que encontré en mi cuarto, que tal vez el viento la trajo, a alguien se le cayó y justo en ese momento sopló una ventisca que impulsó aquel papel y por el azar llegó a mí, esa es la respuesta lógica, ¡perooo! Y si no fue así; volví a verla, su rostro había cambiado de semblante, ya no sonreía, sino más bien parecía decirme que no era como yo lo pensaba, que ella estaba ahí porque ella lo quería, de nuevo imaginé un diálogo con ella, pero esta vez sí me asustó, me levanté de un salto, corrí al baño, me lavé la cara, mejor no, me dije, mejor me doy un baño con agua helada, este calor demencial hace tener alucinaciones, y eso hice, me desnudé ahí mismo, abrí la llave y lancé un grito terrible, pues nunca me he bañando con agua fría, todo el tiempo, hasta en verano caliento el agua, pero esta vez la ocasión lo ameritaba, era un baño para curar la loquera, así que me quedé ahí remojándome por un buen rato, hasta que sentí que ya era suficiente. Salí tranquilo de la ducha, me sequé despacio, me envolví con la toalla y silbando retorné a mi cama. Yo soy de los tipos que acostumbran estar en bolas -desnudo- en su cuarto, así que me quité la toalla, me tiré de nuevo a la cama, volví a coger el libro, y con más calma me puse a leer, en todo ese trajín me acordaba de la estampa pero prefería hacerle caso omiso, como si no existiese, como si jamás hubiese llegado a mí. Estaba leyendo, pero la maldita estampa -perdón Sarita- me jalaba, me llamaba, a la vez que iba sintiendo vergüenza, pero por qué la vergüenza, si siempre, toda la vida, desde pequeño me ha gustado estar desnudo en mi cama leyendo un buen libro, pero esta vez, como nunca, sentía una vergüenza tremenda, entonces cerré los ojos por dos segundos, y ahí estaba, dibujada en mi cabeza la cara de Sarita Colonia, su rostro tímido, que me miraba, abrí los ojos de un tiro y vire la cabeza y al parecer nuestros ojos se pusieron de acuerdo, nuestras miradas se encontraron, la quedé mirando por lapso de diez segundos y ella pareció hacerme un gesto que entendí de inmediato, ¡oh no! ¡Estoy calatooooo! Me levanté presuroso, saqué del ropero un calzoncillo y un pantalón, dudé en ponerme o no un polo, pero pensé que era mejor hacerlo, ya suficiente vergüenza había pasado, así estaba, cambiándome, pensando en el roche del momento, hasta que la razón volvió a mí, la realidad me tocó, ¡conchasumadre! dije molesto, ¡qué imbécil que soy!, ¿una estampa me hace esto?. Me dirigí hasta donde se encontraba ella, la cogí, pero sin querer verla, la llevé hasta donde estaban mis libros, cogí uno: El decamerón de Boccaccio abrí al azar el libro y sin compasión la puse entre sus páginas. Me sentí algo aliviado, pero aturdido, así que resolví ir a la cocina, buscar un poco de agua y así tranquilizarme, la universidad, los exámenes y Sara, mi compañera de estudios, me estaban volviendo loco, loco, loco de remate, o tal vez no?...

Bajé presuroso a la cocina, casi sudando, con mucho esfuerzo, con la cabeza dándome vueltas, el camino que tenía que recorrer me pareció el más agreste del mundo, el más desértico que puede existir, el más largo que jamás haya recorrido, tuve que atravesar sillones, escalar paredes, enfrentarme a un león (que no era más que mi perro Rex, un viejo husky que para durmiendo), rampar por el suelo cuidándome de una víboras venenosas (cables de electricidad), tuve que asesinar a un tipo que se me cruzó en el camino, por suerte encontré el arma perfecta para hacerlo y no fue tan duro el combate (era mi televisor, y con ayuda del control remoto pude apagarlo), pero sobre todo, y lo más terrible, tuve que batirme en duelo con una bruja, que del espanto casi me mata, pero que gracias a mi astucia pude y logré vencer (era mi hermana que salía de la ducha). Ya casi llegando a la puerta de mi cocina, me tranquilicé, todo volvió a la calma, aparentemente, pensé haber regresado a mi realidad. Ahí estaba mi madre, lavando los platos del almuerzo, yo no había almorzado porque cuando llegué avisé a viva voz que quería descansar y que por favor nadie me joda. Menos mal en mi casa siempre respetan las decisiones que se toman. Mi madre estaba ahí, de espaldas entregada a su labor diaria, hasta que sintió mi llegar y se volteó para verme, entonces, ¡oh! ¡Sorpesa! no era mi madre, no era nadie conocida, quién era, quién diablos era,. ¡¿Qué es eso?!, di un grito de desesperación, me aturdí, ¿y esa bruja quién es?, hasta que ésta me habló: hola hijito me dijo con una voz dulce que me hizo volver a la realidad, entonces la reconocí, era mi abuela que había llegado el día anterior y que no pude ver porque estaba encerrado en mi cuarto estudiando. Hola abuela le respondí, me das un vaso con agua que me muero de sed; claro hijo me respondió, pero mejor te doy agua de manzana que esta fresquita y deliciosa; agua de manzana, agua de manzana, aguuuuuaaaaa de manzzaaaaaanaaaaa, me repetía en mi interior, pero si el agua de manzana es para lo loquitos, susurré despacito; ¿quiéres que te sirva un poco hijo? Me volvió a preguntar mi abuela. Sí solo un poco, solo un poco, solo un poco abue.

No quise volver a mi cuarto, no quería, no quería, no queriaaaaaaaa, pero qué hacer, ahí estaba ella, ahí estaba esa Santa que me quería hablar, no, no es ninguna santa, no es nadie solo es un papel con la imagen de alguien, pero ahí estaba, no quise subir a mi habitación, me jodía admitirlo, pero sentía un cierto miedo, un cierto estupor el saber que tal vez se habría molestado, porque la había puesto entre las paginas de un libro. ¿qué hago? ¿qué hago? ¡mierda!, ¿qué hago? Como no quería volver a mi habitación, decidí salir a dar un par de vueltas hasta calmarme, caminé sin rumbo, pensando que tal vez aquella experiencia que estaba viviendo o bien fue un sueño o producto del cansancio mental por los exámenes de fin de ciclo, sí eso es dije sonriendo como estúpido, sí eso, volví a decir, sí eso es, lo decía en voz alta, ¡SÍ ESO ES! Grité levantando las manos, ¡ops! Todos me miraban, ya cálmate me dije sino de verdad vas a estar loco y comencé a sonreír.

Después de aquel consuelo que me había fabricado como que desperté, tratando de ubicarme, no reconocía el lugar, había caminado tanto que había llegado a una calle que no reconocía, ¿dónde estoy? ¿qué lugar es este?, me detuve, observando las casas. Así estaba tratando de reconocer el sitio, me encontraba parado enfrente de una casa celeste, la miraba, y de pronto, se abrió una puerta, me quedé observando para ver quién iría a salir, y mi sorpresa fue grande cuando la vi, ahí estaba ella, pero ¿cómo? ¿Ella vive aquí? Por Dios, tanto he caminado, y como llegué hasta aquí. Ella salía tranquila sin saberse vista, pero al parecer mi mirada era tan profunda que sintió ese calorcito que se siente cuando te sientes observado, y ella también se sorprendió cuando me vio, se quedó quieta por unos segundos, y luego caminó en dirección hacia mí. ¿Qué haces aquí? ¿Me estás buscando? Fue lo primero que me preguntó al tiempo que me daba un beso en la mejilla. Entonces dije su nombre completo: Sara Colonia, Sara Colonia, qué milagro es este, no sé como he llegado hasta aquí, no sé como vine a parar hasta aquí. Ella se sorprendió al escucharme decir esas palabras, yo estaba idiotamente, doblemente imbécil con la sorpresa. Bueno si ya estas aquí, que tal si vamos a dar unas vueltas me dijo con su voz dulcecita que me deja cojudo cada vez que lo escucho, ¡por su puesto! Acepté gustoso.

Esa tarde caminé con Sara, dialogamos pero nunca supe de qué, porque en todo momento estaba la pregunta de cómo llegué hasta ahí, pero lo que sí recuerdo, y muy bien, hecho que me dio vergüenza, fue cuando dialogábamos y de pronto la abracé, ella me respondió el abrazo, estábamos bien juntitos, calentitos, acurrucaditos, y de pronto pasa un auto con varios jóvenes en su interior que me gritaron al unísono: ¡llévala a chachaaaaaaaarrrr! La solté de inmediato, me dio vergüenza, hice como que no había escuchado pero mi reacción me delató, ella sonrió tímidamente, y también hizo que no había escuchado nada.

De regreso a mi casa, y más tranquilo, decidí ir directo a mi habitación y enfrentarme de una vez por todas con aquel papelito, estampa, santa, quien diablos fuese, pues no podía seguir viviendo así, no podía soportar esa sensación estúpida y aguebante que me estaba gobernando.

Subí con decisión, con valentía, con determinación, y antes de abrir la puerta, un sudor frío me detuvo, pero nuevamente me di ánimos, respiré fuerte, abrí la puerta, y entré sigilosamente, haciendo de cuentas que no había nada ni nadie en la habitación ¡estúpido si no hay nadie! me dije a mí mismo, es verdad no hay nadie me volví a repetir. Volví a coger el libro que había abandonado por culpa de, mejor no digo el nombre sino me asusto de nuevo. Tomé libro y le pedí disculpas por el abandono súbito, me tiré a mi cama, me dispuse a leerlo nuevamente y de nuevo, me concentré en la lectura hasta que llegué a una parte donde decía:


“… confieso, sin embargo –siguió-, que Gévingey me asombra cuando asegura que ha sido visitado por un súcubo….”


¡Un Súcubooooo! Nooo tal vez sea eso, tal vez sea eso. Al tiempo que pensé, no puede ser, a pesar de todo parece buena. No me contuve, y me levanté lo más rápido que pude, me dirigí hasta el estante de los libros, el decameron, el decameron, el decameron, ¿dónde estaba ese libro?, ya no lo tenía, pero, si yo lo dejé aquí antes de salir. Lo busqué desesperadamente, debajo de la cama y nada, en el ropero y nada, en el baño y nada, dónde está el libro, ¡¡¡dóóónnndeeee!!! Mi grito fue tan fuerte que mi madre subió presurosa para ver que me sucedía. ¿qué te pasa, porqué gritas así? Me preguntó; es que no está mi libro, esta tarde lo tenía aquí y ahora ya no está, alguien ha entrado a mi cuarto?, ella se quedó pensativa entonces recordó: sí, tu hermano estuvo aquí, me dijo que tomaría un libro tuyo y que lo llevaría a su viaje, porque sino se iba aburrir. Me quedé en silencio, asombrado por tal atrevimiento, si hay toda una variedad de libros porqué justamente ese, porqué justamente ese; entonces mi madre interrumpió mi pensamiento diciéndome: pero me dejó este sobre, dice que ahí dejaba lo que estaba entre las páginas. Tomé presuroso el sobre, mi madre se sorprendió del salto felino que di para arrebatarle el sobre. Gracias mamá, gracias. Ok, hijo, me dijo tranquila y salió imaginando que me había salvado la vida.

Una vez que mi madre cerró la puerta abrí presuroso el sobre, y para mi suerte, o mala suerte, la verdad no lo sé, ahí estaba la estampa, ahí estaba Sarita Colonia, pero algo raro tenía, algo extraño en su expresión, la miré detenidamente, y me di cuenta que le habían salido barba, volví a verla nuevamente para ver si ello era una visión, una alucinación, pero efectivamente, Sarita Colonia tenía barba.

No podía salir de mi asombro, qué ha pasado, la acerqué a la luz, ¡este mierda! dije molesto, el atrevido de mi hermano había profanado mi estampa, la había ultrajado, ¡cómo no lo quema la inquisición! dije molesto, él artísticamente había dibujado en la pobre estampa unos bigotes que la hacían ver ridícula. Le pedí disculpas, por el atrevido de mi hermano y por mi osadía de dejarla entre las páginas de un libro. La volví a colocar en mi velador. Me quedé recostado en mi cama y el sueño me invadió y me dejé llevar por él.

Al día siguiente, muy temprano, exactamente a las 6:30 de la mañana, me levanté sudando, el calor infernal de la noche me había empapado todo, no había tenido tiempo de quitarme la ropa. Me levanté y recordé la estampa, salí del baño para verla, pero ya no estaba, ¿a dónde se fue?. ¿Qué le ha pasado? Seguro fue un sueño, y tranquilamente me metí a la ducha.

Cuando estaba en la universidad, me encontré con Sara Colonia, mi compañera, me dijo: ayer me sorprendiste, no pensé que te aparecerías en mi casa. Ni yo supe como aparecí me dije a mí mismo: sí pues así son las sorpresas le dije y sonreí. Qué examen tenemos hoy le pregunté, hoy no tenemos examen, me dijo, ¿cómo? Increpé; hoy no tenemos examen, entonces dije porque estoy aquí y tú por qué has venido, me respondío: yo no estoy aquí, tú no estás aquí, aquí no es ningún lugar, tú no eres tú, yo no soy yo, ellos no son ellos. Me quedé pasmado con tal respuesta, qué dices loca, le dije; es verdad, acaso soy yo, mírame bien, la miré y comencé a mirar a todos, y cuando volví a verla la vi con barba, me asusté mucho, qué te ha pasado le dije, es que ahora tengo barba, me dijo molesta. Entonces escuché la voz de mi madre que me llamaba, hijo, hijo, hijo, hijo, mi mamá le dije; sí tu mamita me respondió, hazle caso, sino no serás nadie me respondió. Hijo, hijo, hijo, insistía mi madre, abrí los ojos y ahí estaba ella, había sido una pesadilla, una tonta pesadilla. Apresúrate hijo que tienes examen a las nueve, me dijiste que te pasara la voz a las ocho de la mañana, ya estás a una hora, pero mamá si ayer di mi último examen, ¿ayer? ¿Ayer? ¿19 de diciembre?; Ayer fue 20 madre le dije; ayer fue 19 me recalcó ella, si no me crees mira tu reloj, ahí está la fecha; efectivamente, ahí estaba la fecha, 20 de diciembre, entonces lo de ayer qué fue, ¿un sueño? ¿Una pesadilla?, ¿una premonición?; levante rápido que tienes examen me dijo mi madre interrumpiendo mi pensamiento.

Me levanté presuroso intrigado por lo que había pasado, hoy es tu examen difícil recuerdas que me lo dijiste; sí madre, pero ayer no fue que… seguro has soñado que dabas el examen hijo, diciendo eso se retiró.

Me quedé tonto, miré hacia el velador y no estaba la estampa, fui al estante de mis libros y ahí estaba el decameron, pregunté a mi madre por mi hermano y me dijo que en la tarde viajaría. Entonces lo entendí, todo fue un sueño, pero que raro sueño me dije.

Salí de casa presuroso convencido que todo había sido un sueño, me encontré con mi amigo Juan, y comentamos ambos sobre el examen difícil al cual nos enfrentaríamos, entonces, él sin mediar argumento alguno abrió su maleta, sacó un cuaderno, lo abrió y ahí estaba ella, la reconocí de inmediato, me dijo: toma esta estampa, sé que no crees en religiosidad, ni en santos, pero te juro compare que esta santa es de la puta mare, pide que te ayude, pídele que te sople en el examen. No dudé ni un segundo y la tomé, pero no porque quería un milagro sino porque la reconocí, justamente esa estampa estaba en mi casa, ¿qué? Pregunto él; no nada le dije. Mira compare, empezó a darme instrucciones, rézale y dile que te ayude, a mi ya me ha ayudado en tres exámenes y no me ha fallado, por Diosito.

No estaba seguro de que me pudiera hacer el milagro pues estoy convencido que solo el que estudia aprueba y no por intersección de un milagrito, pero la tenía en mis manos, ya sin barba. Entré al salón sonriendo y a manera de sarcasmo le dije: haber pues, si es verdad ayúdame pe.

Di mi examen y salí sudando, fue un esfuerzo tremendo, pero algo me decía que había aprobado, el profesor avisó que los resultados saldrían después de una hora así que decidí esperar.

Transcurrida la hora de espera, los resultado llegaron, comenzó el profesor a dar las notas hasta que llegó mi turno, al ver mi examen me quedé sorprendido, tonto, no pensé que alguna vez sacaría esa nota, no podía salir de mi asombro, no es posible, no es posible, pero cómo, tanto así, tanto así, tanto así me decía. Sara que se había sentado a mi costado no dejaba de verme, pues no podía ocultar mi rostro de asombro, ¿cuánto tienes me dijo?; una nota que jamás pensé sacar le respondí, déjame ver me dijo, y le di el examen, ella también se quedó asombrada, ¡wow! ¡asumadre! Pero tanto así, tanto así, tanto así, también dijo ella. El compañero que me había dado la estampa también se quedó asombrado porque ahora los dos estamos abobados con mi examen, se acercó me pidió mi examen y al verlo: ¡mierda, tienes 01, no jodas, tanto así, tanto así. Volvió a decir él.

Volviendo a mi realidad, lo miré y le dije: carajo, no dices que muy milagrosa esa santa, no dices que hasta imposibles, y esto qué es. Me has dado una estampa que no funciona, a lo mejor no estaba cargada, a lo mejor, a lo mejor yo soy un estúpido, mejor hubiese estudiado y no apelado al milagro de una santa que no sabe hacer milagros… o tal vez sí?

- FIN -

martes, 10 de julio de 2007

LA RAMONA


© Ronald Castillo Florián

- ¡Eres una Ramona! ¡Todo el tiempo lo has sido!
Se levantó molesta, cogió a su hermana del brazo, al tiempo que se lo iba apretando. Lucia no podía ocultar su desdicha, siempre que estaba junto a esa niña del diablo, como solía decirle, le venían ganas de pellizcarla, jalarle los cabellos, arrancarle las orejas, morderle y decirle su vida.

Por su parte, Tadea no entendía el por qué del odio de su hermana, sabía que algo malo hacía, pero no lograba descifrar qué. Todos la llamaban la Ramona, hasta los desconocidos: en el restaurante, en el cine, en su casa, en el colegio, siempre aquel apelativo, Ramona por aquí, Ramona por allá, casi estaba olvidando su nombre pues nadie le llamaba por él.
Tadea Cáceres Domínguez, ese es su verdadero nombre, nació en el seno de una familia peculiar, su madre una ex miss universo, su padre un socialista convicto y confeso, su hermana una rebelde sin causa, y ella, Tadea, la Ramona, la oveja negra de la familia.

Todos recordaban el día del nacimiento de la desdichada, para mala suerte nació a las trece horas de un martes trece de junio de 1996, ¡maldita sea! -dijo su padre- ¡esta niña no pudo nacer en fecha más desgraciada!. En esa fecha, en aquel país, se recuerda a todos los fusilados de la guerra civil, y para el padre, que siempre fue un convencido de la causa, era día de duelo el cual cumplía con devoción religiosa. Para la madre, la ex miss universo, fue el día donde le increparon que había subido cinco kilos y por lo tanto tenía que devolver la corona. Para Lucia, la hermana, fue el día que su novio, al que consideraba el hombre de su vida, la cambió también por el hombre de su vida; es decir, de aquella nefasta fecha nadie quería saber, pero, desgraciadamente había alguien que se los recordaba ¡es que la culpa lo tuvo el condón!, dijo una vez el padre.

En el hogar Cáceres Domínguez la visita de Tadea, aparentemente, fue una bendición. Para Lucia, que era la única hija antes del nacimiento de su hermana, y ya con veintitrés años, pensó que sería una buena excusa para largarse de casa, ¡menos mal nació esta cosa, ya no se ocuparán de mí! pensó cuando vio por primera vez a su hermana. Para la madre, era el receptáculo perfecto donde podía plasmar toda su experiencia y estilo, ¡a esta chiquita la convertiré en una miss universo, ya verá!. Para el padre, que se dolía por tener otra hija y no un varón donde podía verter su clase socialista, ya no le importaba porque se había enterado que en la revolución también habían existido grandes mujeres ¡ella será la portadora de todo mi pensar sobre el progreso de la sociedad!. Todos creían que la nueva miembro transformaría sus vidas, todos tenían un plan desarrollado alrededor del advenimiento de aquel pedazo de carne, todos se sentían alegres, a su manera, por la visita oportuna del nuevo miembro, pero, conforme fue creciendo se dieron cuenta que los planes trazados se desarrollaban de manera contraria ¡qué mala suerte carajo! todos decían en su cuarto.

Ya estaban hartos y cansados del comportamiento vergonzoso de la Ramona, la madre, que a pesar de haber fracasado en su reinado mantenía su carisma, su glamour, y siempre manifestaba esa elegancia típica de una diva que sabe lo que fue y que aún demuestra que lo sigue siendo. Muchas veces quiso involucrar a su hija en su ambiente, quería que aquel engendrito, bolita de carne, cojudecita hecha realidad por culpa de un descuido, se aunara al mundo de las reinas, al mundo de la clase, del buen comportamiento, pero Tadea, la Ramona, siempre lo echaba a perder, siempre salía con su idioteces de vanguardia –como decía la madre- porque en todos lados anunciaba su fama de Ramona, y eso su madre no estaba dispuesta a permitirlo ¡No soporto ser el centro de las risas ni de las burlas! decía muy enojada cuando regresaba a su casa con la Ramona, por eso prometió que con aquella niña sólo saldría para llevarla a la escuela y eso!

El Padre, que le leía desde pequeña los textos de Marx, Lenin, Mao, del Ché, le resultaba insultante que aquella niña no tomara atención a tan excelso saber. Cuando ésta tuvo ocho años, comenzó a llevarla a sus reuniones pues ya la había preparado, incluso desde antes del nacimiento, leyéndole los libros de los grandes maestros. Él imaginaba que así como el niño Jesús sorprendió a los maestros de la ley con su sabiduría, igualmente la hija desarrollaría su conocimiento innato y dejaría boquiabierto a todos los presentes. Para decepción del padre y de todos, aquella criatura redonda no pasó a ser nada extraordinario, comportándose como una niña más que sólo procura diversión y amigos para jugar. Al igual que el padre, los otros compañeros de pensamiento llevaban a su hijos para que se eduquen en el arte socialista y para sorpresa del mismo, los otros niños sí mostraban interés, menos por supuesto, la Ramona, que en su afán de diversión inquietaba a los niños distrayendo e invitándoles a jugar, motivo por el cual, fue expulsa y declarada no grata prohibiendo al padre volverla a traer ¡maldita sea, ahora quién heredará todo mi saber! era su lamento antes de dormir.

Lucia que se había hecho ilusiones con la súbita venida de su “hermanita” le resultaba una maldición aquella carnosa, como sus padres no querían saber nada de la pequeña habían resuelto darle al cuidado de la hermana, y ante la queja desenfrenada, altisonante de ella, llegaron a un acuerdo, que aunque justo también le resultaba injusto. Lo pactado fue: Lucia debía cuidarla, llevarla al colegio, recogerla, y hacer uno que otro menester con su hermana por el pago de veinte soles diarios, ella hubiese querido veinticinco pero no pudo sacar más, ante ello no le quedó otra que aceptar pues necesitaba el dinero, la condición: el pago debía efectuarse el sábado al medio día y el domingo descansaba; aquella cláusula no le gustaba mucho a los padres pero les parecía justo ya que Lucia también tenía que descansar. Para resolver aquel vacío de tiempo, acordaron visitar todos los domingos a los abuelos de la Ramona, una semana a unos, la siguiente a los otros, ¡como ellos están encantadísimos con su cebito andante, que la cuiden ese día!. Para Lucía era un martirio tener que liar con aquella mocosa ¡hazlo por el dinero que te hace falta! ¡Ya llega sábado! eran sus palabras de consuelo para tan sacrificada labor.

II

Así pasaba sus días la pobre Ramona: sola, sin atención, al cuidado de su hermana que lo hacía por dinero, sus padres solo la miraban en las horas de la comida y algunas veces ni la miraban, a nadie le interesaba el quehacer de aquella criatura, la hermana la odiaba cada día más, es decir, vivía en total desolación, vivía en un hogar donde cada uno pensaba en sí y no en el bien de la pequeña. La Ramona creció en soledad, en el vació de sentirse no querida, en el desierto de su casa. Todos buscaban su espacio, lógicamente que en ese espacio la Ramona no era incluida, simplemente por ser Ramona. Un día encontró una perrita en la calle, le dio pena y resolvió llevarla a su casa, pensó que tal vez no la aceptarían, pero nada perdía con intentarlo, al igual que su vida, nadie se dio cuenta que había llevado un perro a casa, salvo Lucia ¡es mejor que estés con ese perro que te soporta que conmigo, además, así ya no me jodes cuando estoy ocupada! La Ramona la llamó Motta, fue su compañía, su consejera, su ángel, su familia y también su desgracia, pues cada vez que aquel animal se cagaba en la casa se escuchaba al unísono ¡maldita sea Ramona, ese perro está encacando todo!

Cierto día toda la familia fue a la cena de graduación de Lucia, los padres estaban felices y nerviosos, por eso, semanas enteras hicieron practicar a la Ramona los modales en la mesa hasta hacerlo a la perfección. Llegado el día, la familia, elegantemente vestida, se sentó a la mesa esperando la ansiada cena, la madre con su típico estilo de miss hacia gala de su comportamiento refinado, el padre no dejaba de dialogar con un amigo ocasional sobre el socialismo y el bien que haría a la sociedad. Lucia, alegre, orgullosa y sobre todo nerviosa no dejaba de observar a su hermana, como esperando una burrada, del cual, ya la tenía acostumbrada. La mesa estaba servida y se dispusieron a cenar. Todo se desarrollaba con calma, nada extraordinario sucedía, hasta que, sin saber cómo y porqué la Ramona se ofreció a servir el refresco ¡qué atrevimiento de esta mocosa! susurró la madre empezando a sudar frío, el padre rojo por los nervios no dejaba de observarla, Lucia se quedó perpleja ¡qué pendejada irá hacer esta cojuda! -pensó- y la Ramona que deseaba reivindicarse comenzó a poner en práctica lo aprendido, despacio y con mucho cuidado fue sirviendo: para papá, para mamá, para Lucia, para el amigo de papá, para la amiga de Lucia, para el amigo de Lucia, y para mí, la familia de la Ramona se quedó sorprendida y boquiabierta por el sumo cuidado puesto por la hija; fue entonces que sucedió: la Ramona colocó la jarra de chicha en la mesa y cuando el éxito parecía sonreírle, una pulga de Motta le empezó a fastidiar en la nalga, al parecer el bicho estaba muriendo de hambre porque le picó de tal forma que la Ramona no pudo evitar dar un sobresalto realizando un movimiento brusco que terminó volteando el refresco y así embarrando a los comensales y sobre todo el vestido blanco de Lucia, los otros invitados voltearon a ver lo sucedido y no pudieron evitar las carcajadas, Lucia, por supuesto, quería morirse, la Ramona no sabía qué hacer, la madre deseaba ser tragada por la tierra, el padre estaba a punto del colapso, la Ramona mirando lo sucedido solo atinó a decir un tímido y asustadizo ¡perdón! echándose a llorar, Lucia se levantó embravecida ¡eres una Ramona, eres una Ramona! y salió corriendo. Aquel acontecimiento sirvió para que Lucia jamás volviera a ver con buenos ojos a su hermana, siempre que estaba frente a ella le decía ¡maldita Ramona, por tu culpa fui el hazme reír de la fiesta!.

La Ramona no sabía qué hacer, no entendía por qué se comportaba así, todo lo echaba a perder, todo lo derramaba, todo le salía mal. Fue entonces que resolvió desaparecer, mudarse, irse lejos y así los suyos no sentirían más vergüenza. Ya no dormía pensando qué es lo que podía hacer, a dónde podía ir, pues a donde fuese aquella maldición de ser Ramona no se le quitaría por nada del mundo, nada ni nadie haría desparecer esa desgracia, ni siquiera estando lejos del hogar, ni siquiera en el polo norte, ¡qué hago, a dónde voy!… Lo pensó una y otra vez, ¡esta vida no es para mí, no me sirve de nada escapar, a donde vaya terminaré malográndolo todo!. Un día mirando desde su ventana le vino a la mente la imagen de la muerte: ¡eso es, solo la muerte puede hacer que desaparezca esta desgracia!, la pregunta era: cómo hacer para llamar a la muerte, pues, tal vez, en su afán de morir también lo echaba a perder y la muerte ya no querría visitarla más. En cierta ocasión, leyendo un diario local encontró el siguiente titular: Mujer Desesperada Bebió Veneno Para Ratas Y Acabó Con Su Vida; ¡veneno! ¡eso es, veneno! buscó y rebuscó en el almacén de su padre algún veneno hasta que recordó que él había comprado fertilizante para plantas, en cuyas indicaciones decía: CUIDADO VENENO, entonces entendió que aquel frasco contenía la solución de su desdicha. Ya lo había pensado, esperaría que todos salieran para efectuar lo planeado. Esperó dos semanas, los padres viajaron, Lucia estaba con su enamorado, era la ocasión perfecta, debía actuar cuanto antes porque sabía que no se presentaría otra oportunidad igual. En un vaso colocó el fertilizante, lo combinó con gaseosa, se dirigió a su cuarto, puso música de Verdi: Ohime!... Morir me sento, habló con Motta explicándole su decisión, tomó aire profundamente y sin respirar ingirió todo el contenido sin evitar, claro, ensuciarse el vestido ¡qué Ramona que eres! –se dijo así misma- de pronto sintió nauseas, tenía ganas de vomitar pero prefirió aguantárselo para no arrojar su pasaje al otro mundo, la vista comenzó a nublársele, sentía mareos ¡creo que esto es la muerte! -pensó-, se recostó en su cama y poco a poco, cual vela, se fue apagando.
Allí yacía la Ramona, tendida a su miedo y a su deseo; empezó a sentir frío, abrió los ojos, ya no estaba en su cuarto, tampoco conocía aquel lugar, nunca había visto un sitio así, levantó la vista, se incorporó lentamente y caminó buscando no sé qué, encontró una puerta en mitad del camino, la tocó, salió un tipo viejo, al verla le preguntó quién era, ¡soy Tadea, la Ramona! éste al reconocerla sonrió: ¡pasa hija ! ella se sorprendió, pero se sintió segura, fue presentada delante de un señor buenachón, él la llamó a su lado ¿por qué has venido tan pronto?, ¡no te esperaba ahora!, ella le explicó su mal, él la entendió, pero le dijo que tenía que volver ¡aún no es tu tiempo! haciéndole caer en un profundo sueño.
La Ramona abrió los ojos, la luz del día casi casi la cegaba, de a pocos fue acostumbrándose, se encontraba en otro lugar; observó a su lado, estaba su madre que la miraba con pena, el padre estaba en una silla durmiendo y Lucia a los pies de ella. Al despertar, no sabía qué decir, su madre la miró ¡hija, por qué hiciste eso! , la Ramona lloró y volvió a dormirse.

Pasaron los días, la Ramona ya estaba en casa, pero esa maldita manía de ser Ramona nadie se la quitaba, a pesar que en su hogar todos se habían puesto de acuerdo para atenderla y hacerle parte de su vida, no podían evitar la cólera cada vez que ella derramaba o tiraba algo, ¡Ramonaaaaaaaa, Ramonaaaaaaa!. Así aprendieron a vivir con ella y con su torpeza, a sus padres de vez en cuando les daba ganas de ahorcarla, Lucia para evitar la cólera prefería verla menos tiempo pero lo suficiente para no tratarla mal, todo estaba pactado con tal de hacerle la vida llevadera.


III

La Ramona creció y su vida parecía cambiar, pero su manera de tirarlo todo jamás, aunque sus padres ya la entendían. En el colegio, cuando estaba cursando el cuarto año de secundaría, había desarrollado una belleza extraña y por eso la seleccionaron para concursar en el certamen de miss primavera, ella llena de nervios no sabía si aceptar, y al comentárselo a su madre ésta no pudo ocultar su alegría y su orgullo ¡no te preocupes hija, yo te voy a preparar y tú serás la reina!. Las lecciones iban y venían, las clases eran intensas, cansadas y aburridas: modular la voz, caminar, sentarse, en fin toda una sesión agotadora con el fin de fabricar una reina. En el día del concurso, la madre rezaba para que su hija no cometiera ningún error, aunque, en el camerino se había tropezado tirando los perfumes y las flores, esto no disgustó a su madre porque ¡a una futura reina siempre le pasa!. Llegó el momento del desfile, salieron las candidatas, y entre ellas, Tadea Cáceres, la Ramona, que aplicando las enseñanzas fue escalando posiciones hasta formar parte de las cinco finalistas. Su padre estaba orgulloso pues su hija estaba en el grupo de las más lindas, aún así no dejaba de comerse las uñas al mismo tiempo que rezaba al cielo para que no cometiese ninguna torpeza ¡puta, Señorcito, que no la cague, que no la cague por favor! Transcurrida la etapa de selección para proclamar a la reina, el jurado, a manera de premio consuelo, comenzó a nombrar otros títulos: miss alegría, miss simpatía, miss amistad, etc. La Ramona, a pesar de haber crecido, no había podido ocultar su pasado trágico, pues en el último desfile, en el definitorio, en donde se seleccionaría a la ganadora, un despistado rollazo salió de entre su ropa, como queriendo también desfilar, siendo percibido por los jueces. Por eso cuando estaban en búsqueda de algún título para ella, no encontraron mejor que nombrarla miss Charolita, -en alusión a las charolas que se usan para el almuerzo-, al anunciarlo no faltaron las risas, pero la Ramona que no quería mostrar su sensibilidad aceptó aquel título con orgullo. La madre no podía contener la vergüenza entendiendo luego que al menos su hija aunque miss charolita obtenía un premio de belleza con un rollazo, y no como a ella que le arrebataron el título por tener cinco kilos demás, ¡es que cuando pasó eso estaba embarazada de Lucia, pues me ganó el amor, me ganó el amor! era la respuesta que daba cuando le preguntaban sobre aquel fatídico suceso.

La Ramona siguió haciendo de las suyas en todos los lugares, ya sus padres habían aprendido a soportar aquel designio, Lucia se había mudado del hogar, la única compañía que tenían ahora era su hija Tadea, su Ramoncita, aunque torpe y descuidada se había convertido en el centro de su alegría y su rabia.

En una navidad, a la hora de la cena, Tadea se ofreció a trozar el pavo, lo hizo con tal fuerza que al cortarlo salió “volando” alcanzando el árbol de navidad, colocándose en la punta del mismo, desplazando a la estrella yaciendo
adornado e iluminado con las luces, girando al compás de la música, haciendo juego con el nacimiento y arrancando, por supuesto, risas de los invitados los cuales dijeron a viva voz ¡eres una Ramona, eres una Ramona!

- ¡Sí, soy una Ramona y siempre lo seré! –sentenciaba orgullosa-




- FIN -