jueves, 14 de febrero de 2008

HIJO

© Ronald Castillo Florián

Gael
criaturita de Dios
amor sin límite
vida hecha vida
realización de un cariño

Gael
mis momentos ya no son míos
ni mi tiempo será mi tiempo
ni mi suspiro mi suspiro
a partir de ahora
mi vida se centra en tu vida
en tu llanto en tu risa
en tus esperanzas en tus sueños
todo mi sendero ya no es sendero si no estás conmigo
todo lo que tengo ya no es mío
nada tengo ahora
y lo tengo todo contigo

Gael
mil veces siempre será mi vida la tuya
y me consagro desde ahora a nuestro tiempo
al tiempo que viviremos juntos
hasta que te deje de acompañar
pero a pesar de eso
siempre estaré contigo
y tú vas a estar conmigo
porque yo soy tú
tú eres yo
y nosotros siempre estaremos así

Gael Hijo
tú eres mi H I J O

lunes, 11 de febrero de 2008

CONVERSIÓN


©Ronald Castillo Florián


Esa día desperté como nunca antes, a las 5 de la mañana, hora extraña e inexacta para mi acostumbrado despertar diario. Suelo ser un tipo dormilón que se acuesta a muy altas horas de la noche y consecuentemente se levanta tarde. Pero ese día fue algo insólito que ni yo me lo creía al punto de pensar que estaba soñando. Lo cierto era que no tenía sueño y sentía unas ganas enormes de tomar un libro y quemarlo, pero no sabía cuál ni por qué.

Aquella sensación pirómana lo tenía tan a flor de piel que me tenía tembloroso en mi cama, no quería levantarme porque quería dormir, y jamás en la vida se me había cruzado en la mente quemar un libro, por más malo que sea, por más vil, por más hereje un libro no merece ser quemado sino más bien sus autores –analógicamente hablando- por eso aquella sensación estúpida de levantarme y prender fuego un libro me tenía asombrado que me resistía a tal evento demoníaco.

Me sentía intranquilo, ansioso, me agarraba fuerte del colchón, daba vueltas y dentro de mí me repetía ¡jamás lo haré, no lo haré! Pero esa fuerza inefable cada vez se atenuaba que no sabía si llegaría a resistir. Como en toda lucha siempre hay un perdedor, no pude más y decidí rendirme, me levanté de un brinco, me puse un polo y me dije: ok, iré a quemar el libro. Descendí las escaleras de mi cuarto, aquella fuerza extraña me conducía, y en vez de llevarme a la pequeña biblioteca de mi casa me llevó a la cocina, me hizo tomar un fósforo y me condujo nuevamente a mi cuarto. Qué extraño me dije, por qué voy a mi cuarto, tal vez porque el libro está ahí me respondí, es increíble caminar guiado por algo sobrenatural pero yo me dejaba llevar para acabar de una vez con esa payasada.

Al llegar a mi cuarto me dirigí inmediatamente a mi escritorio, me senté y de la ruma de libros que tengo comencé a escoger el que tendría que morir. Buscaba y buscaba con tanta desesperación que me ponía nervioso, hasta que lo encontré, era un libro relativamente nuevo, poco leído, no famoso, color anaranjado, de poemas no muy logrados, un libro joven que la fuerza literaria –o qué sería- me obligaba a destruir.

Observé bien el libro y al reconocerlo me asusté mucho, aquel libro era mío, uno que había publicado recientemente y que no tuvo difusión, un libro escueto pero mi hijo al fin y al cabo y esa fuerza extraña me obligaba a prenderle fuego, antes de eso, sentí unas ganas enormes de volverlo a leer, lo coloqué encima del escritorio, lo contemplé silenciosamente, parecía dormir y mis manos hábilmente encendieron un fósforo dirigiéndolo a mi cabeza. Me asusté mucho pero esa fuerza tremenda me obligaba a quemarme, luché conmigo mismo y el fósforo parecía no agotarse.

No quise luchar más, me encendí la cabeza y mis pensamientos se fueron disgregando de a pocos, después de ese evento, he comenzado a escribir puro fuego, solamente fuego que ya no se apagarán jamás.

-FIN-