jueves, 21 de febrero de 2008

ESPECTRO

©Ronald Castillo Florián

Nunca había visto algo igual, en toda mi vida juro que nunca vi algo parecido. Esa noche me quedé tan sorprendido con aquella imagen que desde ese momento no dejo de rezar antes de dormir. Fue algo extraordinario, fuera de lo común. Siempre regreso de trabajar a las ocho de la noche, hora habitual donde todo el mundo se dirige a su casa para descansar. Ese día tuve la mala suerte de salir media hora tarde, salí hecho una furia porque debía de sacar unas copias y la maldita maquina se había trabado.

No sé porque pero ese día todos salieron temprano, nadie se quedó en la empresa, cosa rara pues siempre había alguien que se quedaba. El lugar estaba invadido por un silencio sepulcral, la ausencia de personas y el sonido del silencio me escarapelaban el cuerpo, esa misma sensación lo había sentido solo una vez cuando era niño y había ido a visitar a mi abuelo que se había convertido en un tipo solitario a raíz de la muerte de mi abuela, le gustaba estar casi a oscuras, solamente alumbrado por una mísera lámpara que más parecía una vela.

Recuerdo que al ingresar a su casa un aire pétreo estaba en el ambiente. Encontré a mi abuelo sentado en su sillón de lectura, lo saludé pero no me contestó, entonces recordé que cuando él leía se concentraba tanto que tenía que gritársele para que despierte. Fui directamente a su lado, estaba leyendo a Edgar Poe: entierro prematuro. Me quedé contemplando al viejo, su imagen adusta y senil me inspiraban compasión. Me dio pena al notar que mi abuelo ya no leía, que sólo cogía el libro y fingía disfrutarlo, retiré el libro de sus manos diciéndole: yo te leo el cuento abuelito, pero no me contestó, aunque en su silencio me dijo que sí, que le leyera el cuento, que él escucharía todo, que lo disfrutaría como en su tiempo de juventud donde devoraba libros sin compasión, sí léeme no solo ese cuento, léeme todos los cuentos del mundo parecía decirme, y entonces empecé la lectura. Tuve que hacer mucho esfuerzo para leer, ya que la luz tenue me lo imposibilitaba. Aquel cuento a medida que iba avanzando me inspiraba miedo, me imaginaba el suceso y un frió necrófico se me apoderaba. Al terminar la lectura, cerré el libro, y le pregunté si quería que le siga leyendo, pero no me contestó, entonces, lo abracé y me di cuenta que estaba helado, me acerqué a su rostro y noté que sus ojos estaban abiertos e inmóviles, el viejo se había muerto y yo ni cuenta me había dado. Lo demás es historia sabida. Aquella anécdota solo lo narré una vez pues me daba miedo el imaginar que había dialogado con un cadáver. Pero esa noche, al salir del trabajo esa misma sensación estaba en mí. Por eso caminaba raudo y parecía que el camino no tenía fin.

Respiré casi tranquilo cuando divisé la puerta de salida, metí mis manos al bolsillo y las malditas llaves no estaban, recordé que por la rapidez las había olvidado, teniendo que regresar nuevamente a mi oficina. No quería hacerlo ni mucho menos darme media vuelta, sentía que si lo hacía me moriría en ese instante. No tenía otra alternativa, pues la hora avanzaba y el pánico se apoderaba cada vez de mí. Me persigné devotamente, di media vuelta, todo estaba oscuro y de pronto ahí estaba ELLO trayendo las llaves, se fue acercando poco a poco, y las dejó en el suelo, no sabía si recogerlo, no sabía qué hacer, el miedo me había dejado mudo.

Conforme se acercó, se alejó, parecía que solo me había traído las llaves, pero el mutismo, y la inmovilidad no se me quitaba, a pesar de la oscuridad del lugar logré verlo, cuando desapareció, recordé nuevamente a mi abuelo, lo recordé aunque no sabía si era él u otro ente, lo recordé y le prometí que lo visitaría en el cementerio, que no sería mal nieto, que rezaría todas las noches, pero que por favor no me asuste nunca más.
-FIN-