miércoles, 11 de julio de 2007

LA SANTA QUE NO SABE HACER MILAGROS


© Ronald Castillo Florián

LA CONOCÍ en un lugar que nunca pensé conocerla, en mi habitación. No sé como fue a parar ahí, lo cierto es que me sorprendí ese veinte de diciembre exactamente al medio día, cuando regresaba de mis últimas clases de la universidad. Ahí estaba ella, toda tímida y con la mirada tierna como diciéndome que no me sorprenda, que estaba ahí porque quería ayudarme. Recuerdo muy bien ese día, fue algo increíble, no pensé tener visitas de ningún tipo, por eso fui a mi habitación huyendo de todos, pero estaba ahí, frente a mí, sin decir nada, solo mirándome y esperando que saliera de mi asombro.

Ya antes había escuchado de ella, pero nunca pensé averiguar quién era, además dicen que sus amistades son gente de mal vivir y que le gusta juntarse con ellos ayudándoles a tal punto que la consideran una santa.

¡Tonterías! Decía yo, ¿una santa?, si una persona solo recibe esa categoría cuando la “Santa Iglesia católica” lo nombra como tal… Pero, ese día, que tal vez fue coincidencia, se me apareció, entonces recordé: un veinte de diciembre fue la fecha de su fallecimiento lo supe en mi clase de antropología social cuando el profesor hizo referencia a los santos populares, pero qué hacía aquí, qué hacía en mi cuarto, qué quería de mí.

Después de verla, salí furioso y gritando de mi habitación, llamé a mi madre para que me explique por qué aquella mujer estaba ahí, por qué la había llevado y si es una broma que me parecía del más terrible gusto. Mi madre me dijo que no sabía nada, que aquella estampa no era de ella, que jamás la había visto y que tampoco la conocía porque ella solo reza a santos verdaderos.

Pero la sorpresa seguía en mí, entonces quién la trajo, quién la puso en mi cama; me acerqué nuevamente, la tomé en mis manos y sentí una extraña sensación, sentí como que me miraba, me estoy volviendo loco, me dije, cómo voy a sentir eso, así que la vi de nuevo y esta vez noté una sonrisa, QUÉÉÉ!!! me ha sonreído, y la tiré a la cama, pero aquella sonrisa se quedó tan grabada en mi mente que con la misma velocidad con que la había tirado, con esa misma velocidad la volví a recoger; en la estampita, en la parte de abajo estaba escrito su nombre: Sarita Colonia. ¡Ajá!, me dije, así que ésta es la famosa Sarita, pero quién te trajo acá, o mejor dicho qué haces acá, no se supone que debes estar con los pobres, con los ladrones, con las prostitutas, con los ancianos, con los miserables de la calle, creo que te has equivocado le dije, este no es tu lugar, además no creo en los santos ni en los milagros ni en nada que tenga que ver con lo diz que sobrenatural. Entonces hice algo que jamás pensé hacer, di vueltas la estampita y en el reverso estaba escrito una oración ridícula, tonta, ajena de valor científico, pero que a manera de parodia comencé a leer en voz alta para luego sin percibirlo ir modulando mi voz llegándome a concentrar en cada palabra, al final de la oración estaba escrito: Dígase el favor a pedir, entonces sin dudarlo siquiera, ya liberado de todos mis complejos religiosos –solo momentáneamente, solo por esa ocasión que no sé que me pasó- cerré los ojos y dije: Quiero que Sara… ¡un momento¡, ¿qué quién?... entonces recordé que aquella chica que me tiene loco también se llama Sara, ¡bah! Pura coincidencia, y volví a concentrarme en la oración y en el pedido: quiero que Sara Colonia… entonces lo entendí, me di cuenta que aquella muchachita, mi compañera de la universidad, la que ni bola me da, aquella que ni sabe de mi existencia, a quien dediqué miles de poemas, sí esa, justamente esa que me roba el sueño también se llama Sara Colonia, sorpresa tremenda… y sonriendo por la impresión dije: quiero que Sara Colonia me quiera. Amén.

Aquella inocencia de niño me hizo sonreír. Ya calmado, volviendo en mí de la travesura que acababa de hacer, coloqué la estampa en mi velador, cogí el libro de Joris-Karl Huysmans: Allá a lo lejos, y antes de empezar a leerlo, la miré de nuevo y sin darme cuenta le sonreí. Ella me quedó observando todo el rato que duró mi lectura, parecía no querer molestarme pues sabía que si alguien me interrumpe en mi vicio sagrado reacciono como un animal herido, gruño, grito pateo, alegando que nadie merece ser desconcentrado de tan agradable labor. Allí estaba ella, tranquilita, concentrada, velándome, y asombrada de mi poder de abstracción en la lectura, yo de rato en rato, cuando tenía que cambiar de hoja volteaba a verla, su quietud me sorprendía, me desconcentraba al tiempo que también me hechizaba, ¡pero carajo! exclamé sorprendido, ¡me estoy volviendo loco! Es solo una tonta estampa que encontré en mi cuarto, que tal vez el viento la trajo, a alguien se le cayó y justo en ese momento sopló una ventisca que impulsó aquel papel y por el azar llegó a mí, esa es la respuesta lógica, ¡perooo! Y si no fue así; volví a verla, su rostro había cambiado de semblante, ya no sonreía, sino más bien parecía decirme que no era como yo lo pensaba, que ella estaba ahí porque ella lo quería, de nuevo imaginé un diálogo con ella, pero esta vez sí me asustó, me levanté de un salto, corrí al baño, me lavé la cara, mejor no, me dije, mejor me doy un baño con agua helada, este calor demencial hace tener alucinaciones, y eso hice, me desnudé ahí mismo, abrí la llave y lancé un grito terrible, pues nunca me he bañando con agua fría, todo el tiempo, hasta en verano caliento el agua, pero esta vez la ocasión lo ameritaba, era un baño para curar la loquera, así que me quedé ahí remojándome por un buen rato, hasta que sentí que ya era suficiente. Salí tranquilo de la ducha, me sequé despacio, me envolví con la toalla y silbando retorné a mi cama. Yo soy de los tipos que acostumbran estar en bolas -desnudo- en su cuarto, así que me quité la toalla, me tiré de nuevo a la cama, volví a coger el libro, y con más calma me puse a leer, en todo ese trajín me acordaba de la estampa pero prefería hacerle caso omiso, como si no existiese, como si jamás hubiese llegado a mí. Estaba leyendo, pero la maldita estampa -perdón Sarita- me jalaba, me llamaba, a la vez que iba sintiendo vergüenza, pero por qué la vergüenza, si siempre, toda la vida, desde pequeño me ha gustado estar desnudo en mi cama leyendo un buen libro, pero esta vez, como nunca, sentía una vergüenza tremenda, entonces cerré los ojos por dos segundos, y ahí estaba, dibujada en mi cabeza la cara de Sarita Colonia, su rostro tímido, que me miraba, abrí los ojos de un tiro y vire la cabeza y al parecer nuestros ojos se pusieron de acuerdo, nuestras miradas se encontraron, la quedé mirando por lapso de diez segundos y ella pareció hacerme un gesto que entendí de inmediato, ¡oh no! ¡Estoy calatooooo! Me levanté presuroso, saqué del ropero un calzoncillo y un pantalón, dudé en ponerme o no un polo, pero pensé que era mejor hacerlo, ya suficiente vergüenza había pasado, así estaba, cambiándome, pensando en el roche del momento, hasta que la razón volvió a mí, la realidad me tocó, ¡conchasumadre! dije molesto, ¡qué imbécil que soy!, ¿una estampa me hace esto?. Me dirigí hasta donde se encontraba ella, la cogí, pero sin querer verla, la llevé hasta donde estaban mis libros, cogí uno: El decamerón de Boccaccio abrí al azar el libro y sin compasión la puse entre sus páginas. Me sentí algo aliviado, pero aturdido, así que resolví ir a la cocina, buscar un poco de agua y así tranquilizarme, la universidad, los exámenes y Sara, mi compañera de estudios, me estaban volviendo loco, loco, loco de remate, o tal vez no?...

Bajé presuroso a la cocina, casi sudando, con mucho esfuerzo, con la cabeza dándome vueltas, el camino que tenía que recorrer me pareció el más agreste del mundo, el más desértico que puede existir, el más largo que jamás haya recorrido, tuve que atravesar sillones, escalar paredes, enfrentarme a un león (que no era más que mi perro Rex, un viejo husky que para durmiendo), rampar por el suelo cuidándome de una víboras venenosas (cables de electricidad), tuve que asesinar a un tipo que se me cruzó en el camino, por suerte encontré el arma perfecta para hacerlo y no fue tan duro el combate (era mi televisor, y con ayuda del control remoto pude apagarlo), pero sobre todo, y lo más terrible, tuve que batirme en duelo con una bruja, que del espanto casi me mata, pero que gracias a mi astucia pude y logré vencer (era mi hermana que salía de la ducha). Ya casi llegando a la puerta de mi cocina, me tranquilicé, todo volvió a la calma, aparentemente, pensé haber regresado a mi realidad. Ahí estaba mi madre, lavando los platos del almuerzo, yo no había almorzado porque cuando llegué avisé a viva voz que quería descansar y que por favor nadie me joda. Menos mal en mi casa siempre respetan las decisiones que se toman. Mi madre estaba ahí, de espaldas entregada a su labor diaria, hasta que sintió mi llegar y se volteó para verme, entonces, ¡oh! ¡Sorpesa! no era mi madre, no era nadie conocida, quién era, quién diablos era,. ¡¿Qué es eso?!, di un grito de desesperación, me aturdí, ¿y esa bruja quién es?, hasta que ésta me habló: hola hijito me dijo con una voz dulce que me hizo volver a la realidad, entonces la reconocí, era mi abuela que había llegado el día anterior y que no pude ver porque estaba encerrado en mi cuarto estudiando. Hola abuela le respondí, me das un vaso con agua que me muero de sed; claro hijo me respondió, pero mejor te doy agua de manzana que esta fresquita y deliciosa; agua de manzana, agua de manzana, aguuuuuaaaaa de manzzaaaaaanaaaaa, me repetía en mi interior, pero si el agua de manzana es para lo loquitos, susurré despacito; ¿quiéres que te sirva un poco hijo? Me volvió a preguntar mi abuela. Sí solo un poco, solo un poco, solo un poco abue.

No quise volver a mi cuarto, no quería, no quería, no queriaaaaaaaa, pero qué hacer, ahí estaba ella, ahí estaba esa Santa que me quería hablar, no, no es ninguna santa, no es nadie solo es un papel con la imagen de alguien, pero ahí estaba, no quise subir a mi habitación, me jodía admitirlo, pero sentía un cierto miedo, un cierto estupor el saber que tal vez se habría molestado, porque la había puesto entre las paginas de un libro. ¿qué hago? ¿qué hago? ¡mierda!, ¿qué hago? Como no quería volver a mi habitación, decidí salir a dar un par de vueltas hasta calmarme, caminé sin rumbo, pensando que tal vez aquella experiencia que estaba viviendo o bien fue un sueño o producto del cansancio mental por los exámenes de fin de ciclo, sí eso es dije sonriendo como estúpido, sí eso, volví a decir, sí eso es, lo decía en voz alta, ¡SÍ ESO ES! Grité levantando las manos, ¡ops! Todos me miraban, ya cálmate me dije sino de verdad vas a estar loco y comencé a sonreír.

Después de aquel consuelo que me había fabricado como que desperté, tratando de ubicarme, no reconocía el lugar, había caminado tanto que había llegado a una calle que no reconocía, ¿dónde estoy? ¿qué lugar es este?, me detuve, observando las casas. Así estaba tratando de reconocer el sitio, me encontraba parado enfrente de una casa celeste, la miraba, y de pronto, se abrió una puerta, me quedé observando para ver quién iría a salir, y mi sorpresa fue grande cuando la vi, ahí estaba ella, pero ¿cómo? ¿Ella vive aquí? Por Dios, tanto he caminado, y como llegué hasta aquí. Ella salía tranquila sin saberse vista, pero al parecer mi mirada era tan profunda que sintió ese calorcito que se siente cuando te sientes observado, y ella también se sorprendió cuando me vio, se quedó quieta por unos segundos, y luego caminó en dirección hacia mí. ¿Qué haces aquí? ¿Me estás buscando? Fue lo primero que me preguntó al tiempo que me daba un beso en la mejilla. Entonces dije su nombre completo: Sara Colonia, Sara Colonia, qué milagro es este, no sé como he llegado hasta aquí, no sé como vine a parar hasta aquí. Ella se sorprendió al escucharme decir esas palabras, yo estaba idiotamente, doblemente imbécil con la sorpresa. Bueno si ya estas aquí, que tal si vamos a dar unas vueltas me dijo con su voz dulcecita que me deja cojudo cada vez que lo escucho, ¡por su puesto! Acepté gustoso.

Esa tarde caminé con Sara, dialogamos pero nunca supe de qué, porque en todo momento estaba la pregunta de cómo llegué hasta ahí, pero lo que sí recuerdo, y muy bien, hecho que me dio vergüenza, fue cuando dialogábamos y de pronto la abracé, ella me respondió el abrazo, estábamos bien juntitos, calentitos, acurrucaditos, y de pronto pasa un auto con varios jóvenes en su interior que me gritaron al unísono: ¡llévala a chachaaaaaaaarrrr! La solté de inmediato, me dio vergüenza, hice como que no había escuchado pero mi reacción me delató, ella sonrió tímidamente, y también hizo que no había escuchado nada.

De regreso a mi casa, y más tranquilo, decidí ir directo a mi habitación y enfrentarme de una vez por todas con aquel papelito, estampa, santa, quien diablos fuese, pues no podía seguir viviendo así, no podía soportar esa sensación estúpida y aguebante que me estaba gobernando.

Subí con decisión, con valentía, con determinación, y antes de abrir la puerta, un sudor frío me detuvo, pero nuevamente me di ánimos, respiré fuerte, abrí la puerta, y entré sigilosamente, haciendo de cuentas que no había nada ni nadie en la habitación ¡estúpido si no hay nadie! me dije a mí mismo, es verdad no hay nadie me volví a repetir. Volví a coger el libro que había abandonado por culpa de, mejor no digo el nombre sino me asusto de nuevo. Tomé libro y le pedí disculpas por el abandono súbito, me tiré a mi cama, me dispuse a leerlo nuevamente y de nuevo, me concentré en la lectura hasta que llegué a una parte donde decía:


“… confieso, sin embargo –siguió-, que Gévingey me asombra cuando asegura que ha sido visitado por un súcubo….”


¡Un Súcubooooo! Nooo tal vez sea eso, tal vez sea eso. Al tiempo que pensé, no puede ser, a pesar de todo parece buena. No me contuve, y me levanté lo más rápido que pude, me dirigí hasta el estante de los libros, el decameron, el decameron, el decameron, ¿dónde estaba ese libro?, ya no lo tenía, pero, si yo lo dejé aquí antes de salir. Lo busqué desesperadamente, debajo de la cama y nada, en el ropero y nada, en el baño y nada, dónde está el libro, ¡¡¡dóóónnndeeee!!! Mi grito fue tan fuerte que mi madre subió presurosa para ver que me sucedía. ¿qué te pasa, porqué gritas así? Me preguntó; es que no está mi libro, esta tarde lo tenía aquí y ahora ya no está, alguien ha entrado a mi cuarto?, ella se quedó pensativa entonces recordó: sí, tu hermano estuvo aquí, me dijo que tomaría un libro tuyo y que lo llevaría a su viaje, porque sino se iba aburrir. Me quedé en silencio, asombrado por tal atrevimiento, si hay toda una variedad de libros porqué justamente ese, porqué justamente ese; entonces mi madre interrumpió mi pensamiento diciéndome: pero me dejó este sobre, dice que ahí dejaba lo que estaba entre las páginas. Tomé presuroso el sobre, mi madre se sorprendió del salto felino que di para arrebatarle el sobre. Gracias mamá, gracias. Ok, hijo, me dijo tranquila y salió imaginando que me había salvado la vida.

Una vez que mi madre cerró la puerta abrí presuroso el sobre, y para mi suerte, o mala suerte, la verdad no lo sé, ahí estaba la estampa, ahí estaba Sarita Colonia, pero algo raro tenía, algo extraño en su expresión, la miré detenidamente, y me di cuenta que le habían salido barba, volví a verla nuevamente para ver si ello era una visión, una alucinación, pero efectivamente, Sarita Colonia tenía barba.

No podía salir de mi asombro, qué ha pasado, la acerqué a la luz, ¡este mierda! dije molesto, el atrevido de mi hermano había profanado mi estampa, la había ultrajado, ¡cómo no lo quema la inquisición! dije molesto, él artísticamente había dibujado en la pobre estampa unos bigotes que la hacían ver ridícula. Le pedí disculpas, por el atrevido de mi hermano y por mi osadía de dejarla entre las páginas de un libro. La volví a colocar en mi velador. Me quedé recostado en mi cama y el sueño me invadió y me dejé llevar por él.

Al día siguiente, muy temprano, exactamente a las 6:30 de la mañana, me levanté sudando, el calor infernal de la noche me había empapado todo, no había tenido tiempo de quitarme la ropa. Me levanté y recordé la estampa, salí del baño para verla, pero ya no estaba, ¿a dónde se fue?. ¿Qué le ha pasado? Seguro fue un sueño, y tranquilamente me metí a la ducha.

Cuando estaba en la universidad, me encontré con Sara Colonia, mi compañera, me dijo: ayer me sorprendiste, no pensé que te aparecerías en mi casa. Ni yo supe como aparecí me dije a mí mismo: sí pues así son las sorpresas le dije y sonreí. Qué examen tenemos hoy le pregunté, hoy no tenemos examen, me dijo, ¿cómo? Increpé; hoy no tenemos examen, entonces dije porque estoy aquí y tú por qué has venido, me respondío: yo no estoy aquí, tú no estás aquí, aquí no es ningún lugar, tú no eres tú, yo no soy yo, ellos no son ellos. Me quedé pasmado con tal respuesta, qué dices loca, le dije; es verdad, acaso soy yo, mírame bien, la miré y comencé a mirar a todos, y cuando volví a verla la vi con barba, me asusté mucho, qué te ha pasado le dije, es que ahora tengo barba, me dijo molesta. Entonces escuché la voz de mi madre que me llamaba, hijo, hijo, hijo, hijo, mi mamá le dije; sí tu mamita me respondió, hazle caso, sino no serás nadie me respondió. Hijo, hijo, hijo, insistía mi madre, abrí los ojos y ahí estaba ella, había sido una pesadilla, una tonta pesadilla. Apresúrate hijo que tienes examen a las nueve, me dijiste que te pasara la voz a las ocho de la mañana, ya estás a una hora, pero mamá si ayer di mi último examen, ¿ayer? ¿Ayer? ¿19 de diciembre?; Ayer fue 20 madre le dije; ayer fue 19 me recalcó ella, si no me crees mira tu reloj, ahí está la fecha; efectivamente, ahí estaba la fecha, 20 de diciembre, entonces lo de ayer qué fue, ¿un sueño? ¿Una pesadilla?, ¿una premonición?; levante rápido que tienes examen me dijo mi madre interrumpiendo mi pensamiento.

Me levanté presuroso intrigado por lo que había pasado, hoy es tu examen difícil recuerdas que me lo dijiste; sí madre, pero ayer no fue que… seguro has soñado que dabas el examen hijo, diciendo eso se retiró.

Me quedé tonto, miré hacia el velador y no estaba la estampa, fui al estante de mis libros y ahí estaba el decameron, pregunté a mi madre por mi hermano y me dijo que en la tarde viajaría. Entonces lo entendí, todo fue un sueño, pero que raro sueño me dije.

Salí de casa presuroso convencido que todo había sido un sueño, me encontré con mi amigo Juan, y comentamos ambos sobre el examen difícil al cual nos enfrentaríamos, entonces, él sin mediar argumento alguno abrió su maleta, sacó un cuaderno, lo abrió y ahí estaba ella, la reconocí de inmediato, me dijo: toma esta estampa, sé que no crees en religiosidad, ni en santos, pero te juro compare que esta santa es de la puta mare, pide que te ayude, pídele que te sople en el examen. No dudé ni un segundo y la tomé, pero no porque quería un milagro sino porque la reconocí, justamente esa estampa estaba en mi casa, ¿qué? Pregunto él; no nada le dije. Mira compare, empezó a darme instrucciones, rézale y dile que te ayude, a mi ya me ha ayudado en tres exámenes y no me ha fallado, por Diosito.

No estaba seguro de que me pudiera hacer el milagro pues estoy convencido que solo el que estudia aprueba y no por intersección de un milagrito, pero la tenía en mis manos, ya sin barba. Entré al salón sonriendo y a manera de sarcasmo le dije: haber pues, si es verdad ayúdame pe.

Di mi examen y salí sudando, fue un esfuerzo tremendo, pero algo me decía que había aprobado, el profesor avisó que los resultados saldrían después de una hora así que decidí esperar.

Transcurrida la hora de espera, los resultado llegaron, comenzó el profesor a dar las notas hasta que llegó mi turno, al ver mi examen me quedé sorprendido, tonto, no pensé que alguna vez sacaría esa nota, no podía salir de mi asombro, no es posible, no es posible, pero cómo, tanto así, tanto así, tanto así me decía. Sara que se había sentado a mi costado no dejaba de verme, pues no podía ocultar mi rostro de asombro, ¿cuánto tienes me dijo?; una nota que jamás pensé sacar le respondí, déjame ver me dijo, y le di el examen, ella también se quedó asombrada, ¡wow! ¡asumadre! Pero tanto así, tanto así, tanto así, también dijo ella. El compañero que me había dado la estampa también se quedó asombrado porque ahora los dos estamos abobados con mi examen, se acercó me pidió mi examen y al verlo: ¡mierda, tienes 01, no jodas, tanto así, tanto así. Volvió a decir él.

Volviendo a mi realidad, lo miré y le dije: carajo, no dices que muy milagrosa esa santa, no dices que hasta imposibles, y esto qué es. Me has dado una estampa que no funciona, a lo mejor no estaba cargada, a lo mejor, a lo mejor yo soy un estúpido, mejor hubiese estudiado y no apelado al milagro de una santa que no sabe hacer milagros… o tal vez sí?

- FIN -

martes, 10 de julio de 2007

LA RAMONA


© Ronald Castillo Florián

- ¡Eres una Ramona! ¡Todo el tiempo lo has sido!
Se levantó molesta, cogió a su hermana del brazo, al tiempo que se lo iba apretando. Lucia no podía ocultar su desdicha, siempre que estaba junto a esa niña del diablo, como solía decirle, le venían ganas de pellizcarla, jalarle los cabellos, arrancarle las orejas, morderle y decirle su vida.

Por su parte, Tadea no entendía el por qué del odio de su hermana, sabía que algo malo hacía, pero no lograba descifrar qué. Todos la llamaban la Ramona, hasta los desconocidos: en el restaurante, en el cine, en su casa, en el colegio, siempre aquel apelativo, Ramona por aquí, Ramona por allá, casi estaba olvidando su nombre pues nadie le llamaba por él.
Tadea Cáceres Domínguez, ese es su verdadero nombre, nació en el seno de una familia peculiar, su madre una ex miss universo, su padre un socialista convicto y confeso, su hermana una rebelde sin causa, y ella, Tadea, la Ramona, la oveja negra de la familia.

Todos recordaban el día del nacimiento de la desdichada, para mala suerte nació a las trece horas de un martes trece de junio de 1996, ¡maldita sea! -dijo su padre- ¡esta niña no pudo nacer en fecha más desgraciada!. En esa fecha, en aquel país, se recuerda a todos los fusilados de la guerra civil, y para el padre, que siempre fue un convencido de la causa, era día de duelo el cual cumplía con devoción religiosa. Para la madre, la ex miss universo, fue el día donde le increparon que había subido cinco kilos y por lo tanto tenía que devolver la corona. Para Lucia, la hermana, fue el día que su novio, al que consideraba el hombre de su vida, la cambió también por el hombre de su vida; es decir, de aquella nefasta fecha nadie quería saber, pero, desgraciadamente había alguien que se los recordaba ¡es que la culpa lo tuvo el condón!, dijo una vez el padre.

En el hogar Cáceres Domínguez la visita de Tadea, aparentemente, fue una bendición. Para Lucia, que era la única hija antes del nacimiento de su hermana, y ya con veintitrés años, pensó que sería una buena excusa para largarse de casa, ¡menos mal nació esta cosa, ya no se ocuparán de mí! pensó cuando vio por primera vez a su hermana. Para la madre, era el receptáculo perfecto donde podía plasmar toda su experiencia y estilo, ¡a esta chiquita la convertiré en una miss universo, ya verá!. Para el padre, que se dolía por tener otra hija y no un varón donde podía verter su clase socialista, ya no le importaba porque se había enterado que en la revolución también habían existido grandes mujeres ¡ella será la portadora de todo mi pensar sobre el progreso de la sociedad!. Todos creían que la nueva miembro transformaría sus vidas, todos tenían un plan desarrollado alrededor del advenimiento de aquel pedazo de carne, todos se sentían alegres, a su manera, por la visita oportuna del nuevo miembro, pero, conforme fue creciendo se dieron cuenta que los planes trazados se desarrollaban de manera contraria ¡qué mala suerte carajo! todos decían en su cuarto.

Ya estaban hartos y cansados del comportamiento vergonzoso de la Ramona, la madre, que a pesar de haber fracasado en su reinado mantenía su carisma, su glamour, y siempre manifestaba esa elegancia típica de una diva que sabe lo que fue y que aún demuestra que lo sigue siendo. Muchas veces quiso involucrar a su hija en su ambiente, quería que aquel engendrito, bolita de carne, cojudecita hecha realidad por culpa de un descuido, se aunara al mundo de las reinas, al mundo de la clase, del buen comportamiento, pero Tadea, la Ramona, siempre lo echaba a perder, siempre salía con su idioteces de vanguardia –como decía la madre- porque en todos lados anunciaba su fama de Ramona, y eso su madre no estaba dispuesta a permitirlo ¡No soporto ser el centro de las risas ni de las burlas! decía muy enojada cuando regresaba a su casa con la Ramona, por eso prometió que con aquella niña sólo saldría para llevarla a la escuela y eso!

El Padre, que le leía desde pequeña los textos de Marx, Lenin, Mao, del Ché, le resultaba insultante que aquella niña no tomara atención a tan excelso saber. Cuando ésta tuvo ocho años, comenzó a llevarla a sus reuniones pues ya la había preparado, incluso desde antes del nacimiento, leyéndole los libros de los grandes maestros. Él imaginaba que así como el niño Jesús sorprendió a los maestros de la ley con su sabiduría, igualmente la hija desarrollaría su conocimiento innato y dejaría boquiabierto a todos los presentes. Para decepción del padre y de todos, aquella criatura redonda no pasó a ser nada extraordinario, comportándose como una niña más que sólo procura diversión y amigos para jugar. Al igual que el padre, los otros compañeros de pensamiento llevaban a su hijos para que se eduquen en el arte socialista y para sorpresa del mismo, los otros niños sí mostraban interés, menos por supuesto, la Ramona, que en su afán de diversión inquietaba a los niños distrayendo e invitándoles a jugar, motivo por el cual, fue expulsa y declarada no grata prohibiendo al padre volverla a traer ¡maldita sea, ahora quién heredará todo mi saber! era su lamento antes de dormir.

Lucia que se había hecho ilusiones con la súbita venida de su “hermanita” le resultaba una maldición aquella carnosa, como sus padres no querían saber nada de la pequeña habían resuelto darle al cuidado de la hermana, y ante la queja desenfrenada, altisonante de ella, llegaron a un acuerdo, que aunque justo también le resultaba injusto. Lo pactado fue: Lucia debía cuidarla, llevarla al colegio, recogerla, y hacer uno que otro menester con su hermana por el pago de veinte soles diarios, ella hubiese querido veinticinco pero no pudo sacar más, ante ello no le quedó otra que aceptar pues necesitaba el dinero, la condición: el pago debía efectuarse el sábado al medio día y el domingo descansaba; aquella cláusula no le gustaba mucho a los padres pero les parecía justo ya que Lucia también tenía que descansar. Para resolver aquel vacío de tiempo, acordaron visitar todos los domingos a los abuelos de la Ramona, una semana a unos, la siguiente a los otros, ¡como ellos están encantadísimos con su cebito andante, que la cuiden ese día!. Para Lucía era un martirio tener que liar con aquella mocosa ¡hazlo por el dinero que te hace falta! ¡Ya llega sábado! eran sus palabras de consuelo para tan sacrificada labor.

II

Así pasaba sus días la pobre Ramona: sola, sin atención, al cuidado de su hermana que lo hacía por dinero, sus padres solo la miraban en las horas de la comida y algunas veces ni la miraban, a nadie le interesaba el quehacer de aquella criatura, la hermana la odiaba cada día más, es decir, vivía en total desolación, vivía en un hogar donde cada uno pensaba en sí y no en el bien de la pequeña. La Ramona creció en soledad, en el vació de sentirse no querida, en el desierto de su casa. Todos buscaban su espacio, lógicamente que en ese espacio la Ramona no era incluida, simplemente por ser Ramona. Un día encontró una perrita en la calle, le dio pena y resolvió llevarla a su casa, pensó que tal vez no la aceptarían, pero nada perdía con intentarlo, al igual que su vida, nadie se dio cuenta que había llevado un perro a casa, salvo Lucia ¡es mejor que estés con ese perro que te soporta que conmigo, además, así ya no me jodes cuando estoy ocupada! La Ramona la llamó Motta, fue su compañía, su consejera, su ángel, su familia y también su desgracia, pues cada vez que aquel animal se cagaba en la casa se escuchaba al unísono ¡maldita sea Ramona, ese perro está encacando todo!

Cierto día toda la familia fue a la cena de graduación de Lucia, los padres estaban felices y nerviosos, por eso, semanas enteras hicieron practicar a la Ramona los modales en la mesa hasta hacerlo a la perfección. Llegado el día, la familia, elegantemente vestida, se sentó a la mesa esperando la ansiada cena, la madre con su típico estilo de miss hacia gala de su comportamiento refinado, el padre no dejaba de dialogar con un amigo ocasional sobre el socialismo y el bien que haría a la sociedad. Lucia, alegre, orgullosa y sobre todo nerviosa no dejaba de observar a su hermana, como esperando una burrada, del cual, ya la tenía acostumbrada. La mesa estaba servida y se dispusieron a cenar. Todo se desarrollaba con calma, nada extraordinario sucedía, hasta que, sin saber cómo y porqué la Ramona se ofreció a servir el refresco ¡qué atrevimiento de esta mocosa! susurró la madre empezando a sudar frío, el padre rojo por los nervios no dejaba de observarla, Lucia se quedó perpleja ¡qué pendejada irá hacer esta cojuda! -pensó- y la Ramona que deseaba reivindicarse comenzó a poner en práctica lo aprendido, despacio y con mucho cuidado fue sirviendo: para papá, para mamá, para Lucia, para el amigo de papá, para la amiga de Lucia, para el amigo de Lucia, y para mí, la familia de la Ramona se quedó sorprendida y boquiabierta por el sumo cuidado puesto por la hija; fue entonces que sucedió: la Ramona colocó la jarra de chicha en la mesa y cuando el éxito parecía sonreírle, una pulga de Motta le empezó a fastidiar en la nalga, al parecer el bicho estaba muriendo de hambre porque le picó de tal forma que la Ramona no pudo evitar dar un sobresalto realizando un movimiento brusco que terminó volteando el refresco y así embarrando a los comensales y sobre todo el vestido blanco de Lucia, los otros invitados voltearon a ver lo sucedido y no pudieron evitar las carcajadas, Lucia, por supuesto, quería morirse, la Ramona no sabía qué hacer, la madre deseaba ser tragada por la tierra, el padre estaba a punto del colapso, la Ramona mirando lo sucedido solo atinó a decir un tímido y asustadizo ¡perdón! echándose a llorar, Lucia se levantó embravecida ¡eres una Ramona, eres una Ramona! y salió corriendo. Aquel acontecimiento sirvió para que Lucia jamás volviera a ver con buenos ojos a su hermana, siempre que estaba frente a ella le decía ¡maldita Ramona, por tu culpa fui el hazme reír de la fiesta!.

La Ramona no sabía qué hacer, no entendía por qué se comportaba así, todo lo echaba a perder, todo lo derramaba, todo le salía mal. Fue entonces que resolvió desaparecer, mudarse, irse lejos y así los suyos no sentirían más vergüenza. Ya no dormía pensando qué es lo que podía hacer, a dónde podía ir, pues a donde fuese aquella maldición de ser Ramona no se le quitaría por nada del mundo, nada ni nadie haría desparecer esa desgracia, ni siquiera estando lejos del hogar, ni siquiera en el polo norte, ¡qué hago, a dónde voy!… Lo pensó una y otra vez, ¡esta vida no es para mí, no me sirve de nada escapar, a donde vaya terminaré malográndolo todo!. Un día mirando desde su ventana le vino a la mente la imagen de la muerte: ¡eso es, solo la muerte puede hacer que desaparezca esta desgracia!, la pregunta era: cómo hacer para llamar a la muerte, pues, tal vez, en su afán de morir también lo echaba a perder y la muerte ya no querría visitarla más. En cierta ocasión, leyendo un diario local encontró el siguiente titular: Mujer Desesperada Bebió Veneno Para Ratas Y Acabó Con Su Vida; ¡veneno! ¡eso es, veneno! buscó y rebuscó en el almacén de su padre algún veneno hasta que recordó que él había comprado fertilizante para plantas, en cuyas indicaciones decía: CUIDADO VENENO, entonces entendió que aquel frasco contenía la solución de su desdicha. Ya lo había pensado, esperaría que todos salieran para efectuar lo planeado. Esperó dos semanas, los padres viajaron, Lucia estaba con su enamorado, era la ocasión perfecta, debía actuar cuanto antes porque sabía que no se presentaría otra oportunidad igual. En un vaso colocó el fertilizante, lo combinó con gaseosa, se dirigió a su cuarto, puso música de Verdi: Ohime!... Morir me sento, habló con Motta explicándole su decisión, tomó aire profundamente y sin respirar ingirió todo el contenido sin evitar, claro, ensuciarse el vestido ¡qué Ramona que eres! –se dijo así misma- de pronto sintió nauseas, tenía ganas de vomitar pero prefirió aguantárselo para no arrojar su pasaje al otro mundo, la vista comenzó a nublársele, sentía mareos ¡creo que esto es la muerte! -pensó-, se recostó en su cama y poco a poco, cual vela, se fue apagando.
Allí yacía la Ramona, tendida a su miedo y a su deseo; empezó a sentir frío, abrió los ojos, ya no estaba en su cuarto, tampoco conocía aquel lugar, nunca había visto un sitio así, levantó la vista, se incorporó lentamente y caminó buscando no sé qué, encontró una puerta en mitad del camino, la tocó, salió un tipo viejo, al verla le preguntó quién era, ¡soy Tadea, la Ramona! éste al reconocerla sonrió: ¡pasa hija ! ella se sorprendió, pero se sintió segura, fue presentada delante de un señor buenachón, él la llamó a su lado ¿por qué has venido tan pronto?, ¡no te esperaba ahora!, ella le explicó su mal, él la entendió, pero le dijo que tenía que volver ¡aún no es tu tiempo! haciéndole caer en un profundo sueño.
La Ramona abrió los ojos, la luz del día casi casi la cegaba, de a pocos fue acostumbrándose, se encontraba en otro lugar; observó a su lado, estaba su madre que la miraba con pena, el padre estaba en una silla durmiendo y Lucia a los pies de ella. Al despertar, no sabía qué decir, su madre la miró ¡hija, por qué hiciste eso! , la Ramona lloró y volvió a dormirse.

Pasaron los días, la Ramona ya estaba en casa, pero esa maldita manía de ser Ramona nadie se la quitaba, a pesar que en su hogar todos se habían puesto de acuerdo para atenderla y hacerle parte de su vida, no podían evitar la cólera cada vez que ella derramaba o tiraba algo, ¡Ramonaaaaaaaa, Ramonaaaaaaa!. Así aprendieron a vivir con ella y con su torpeza, a sus padres de vez en cuando les daba ganas de ahorcarla, Lucia para evitar la cólera prefería verla menos tiempo pero lo suficiente para no tratarla mal, todo estaba pactado con tal de hacerle la vida llevadera.


III

La Ramona creció y su vida parecía cambiar, pero su manera de tirarlo todo jamás, aunque sus padres ya la entendían. En el colegio, cuando estaba cursando el cuarto año de secundaría, había desarrollado una belleza extraña y por eso la seleccionaron para concursar en el certamen de miss primavera, ella llena de nervios no sabía si aceptar, y al comentárselo a su madre ésta no pudo ocultar su alegría y su orgullo ¡no te preocupes hija, yo te voy a preparar y tú serás la reina!. Las lecciones iban y venían, las clases eran intensas, cansadas y aburridas: modular la voz, caminar, sentarse, en fin toda una sesión agotadora con el fin de fabricar una reina. En el día del concurso, la madre rezaba para que su hija no cometiera ningún error, aunque, en el camerino se había tropezado tirando los perfumes y las flores, esto no disgustó a su madre porque ¡a una futura reina siempre le pasa!. Llegó el momento del desfile, salieron las candidatas, y entre ellas, Tadea Cáceres, la Ramona, que aplicando las enseñanzas fue escalando posiciones hasta formar parte de las cinco finalistas. Su padre estaba orgulloso pues su hija estaba en el grupo de las más lindas, aún así no dejaba de comerse las uñas al mismo tiempo que rezaba al cielo para que no cometiese ninguna torpeza ¡puta, Señorcito, que no la cague, que no la cague por favor! Transcurrida la etapa de selección para proclamar a la reina, el jurado, a manera de premio consuelo, comenzó a nombrar otros títulos: miss alegría, miss simpatía, miss amistad, etc. La Ramona, a pesar de haber crecido, no había podido ocultar su pasado trágico, pues en el último desfile, en el definitorio, en donde se seleccionaría a la ganadora, un despistado rollazo salió de entre su ropa, como queriendo también desfilar, siendo percibido por los jueces. Por eso cuando estaban en búsqueda de algún título para ella, no encontraron mejor que nombrarla miss Charolita, -en alusión a las charolas que se usan para el almuerzo-, al anunciarlo no faltaron las risas, pero la Ramona que no quería mostrar su sensibilidad aceptó aquel título con orgullo. La madre no podía contener la vergüenza entendiendo luego que al menos su hija aunque miss charolita obtenía un premio de belleza con un rollazo, y no como a ella que le arrebataron el título por tener cinco kilos demás, ¡es que cuando pasó eso estaba embarazada de Lucia, pues me ganó el amor, me ganó el amor! era la respuesta que daba cuando le preguntaban sobre aquel fatídico suceso.

La Ramona siguió haciendo de las suyas en todos los lugares, ya sus padres habían aprendido a soportar aquel designio, Lucia se había mudado del hogar, la única compañía que tenían ahora era su hija Tadea, su Ramoncita, aunque torpe y descuidada se había convertido en el centro de su alegría y su rabia.

En una navidad, a la hora de la cena, Tadea se ofreció a trozar el pavo, lo hizo con tal fuerza que al cortarlo salió “volando” alcanzando el árbol de navidad, colocándose en la punta del mismo, desplazando a la estrella yaciendo
adornado e iluminado con las luces, girando al compás de la música, haciendo juego con el nacimiento y arrancando, por supuesto, risas de los invitados los cuales dijeron a viva voz ¡eres una Ramona, eres una Ramona!

- ¡Sí, soy una Ramona y siempre lo seré! –sentenciaba orgullosa-




- FIN -