martes, 10 de julio de 2007

LA RAMONA


© Ronald Castillo Florián

- ¡Eres una Ramona! ¡Todo el tiempo lo has sido!
Se levantó molesta, cogió a su hermana del brazo, al tiempo que se lo iba apretando. Lucia no podía ocultar su desdicha, siempre que estaba junto a esa niña del diablo, como solía decirle, le venían ganas de pellizcarla, jalarle los cabellos, arrancarle las orejas, morderle y decirle su vida.

Por su parte, Tadea no entendía el por qué del odio de su hermana, sabía que algo malo hacía, pero no lograba descifrar qué. Todos la llamaban la Ramona, hasta los desconocidos: en el restaurante, en el cine, en su casa, en el colegio, siempre aquel apelativo, Ramona por aquí, Ramona por allá, casi estaba olvidando su nombre pues nadie le llamaba por él.
Tadea Cáceres Domínguez, ese es su verdadero nombre, nació en el seno de una familia peculiar, su madre una ex miss universo, su padre un socialista convicto y confeso, su hermana una rebelde sin causa, y ella, Tadea, la Ramona, la oveja negra de la familia.

Todos recordaban el día del nacimiento de la desdichada, para mala suerte nació a las trece horas de un martes trece de junio de 1996, ¡maldita sea! -dijo su padre- ¡esta niña no pudo nacer en fecha más desgraciada!. En esa fecha, en aquel país, se recuerda a todos los fusilados de la guerra civil, y para el padre, que siempre fue un convencido de la causa, era día de duelo el cual cumplía con devoción religiosa. Para la madre, la ex miss universo, fue el día donde le increparon que había subido cinco kilos y por lo tanto tenía que devolver la corona. Para Lucia, la hermana, fue el día que su novio, al que consideraba el hombre de su vida, la cambió también por el hombre de su vida; es decir, de aquella nefasta fecha nadie quería saber, pero, desgraciadamente había alguien que se los recordaba ¡es que la culpa lo tuvo el condón!, dijo una vez el padre.

En el hogar Cáceres Domínguez la visita de Tadea, aparentemente, fue una bendición. Para Lucia, que era la única hija antes del nacimiento de su hermana, y ya con veintitrés años, pensó que sería una buena excusa para largarse de casa, ¡menos mal nació esta cosa, ya no se ocuparán de mí! pensó cuando vio por primera vez a su hermana. Para la madre, era el receptáculo perfecto donde podía plasmar toda su experiencia y estilo, ¡a esta chiquita la convertiré en una miss universo, ya verá!. Para el padre, que se dolía por tener otra hija y no un varón donde podía verter su clase socialista, ya no le importaba porque se había enterado que en la revolución también habían existido grandes mujeres ¡ella será la portadora de todo mi pensar sobre el progreso de la sociedad!. Todos creían que la nueva miembro transformaría sus vidas, todos tenían un plan desarrollado alrededor del advenimiento de aquel pedazo de carne, todos se sentían alegres, a su manera, por la visita oportuna del nuevo miembro, pero, conforme fue creciendo se dieron cuenta que los planes trazados se desarrollaban de manera contraria ¡qué mala suerte carajo! todos decían en su cuarto.

Ya estaban hartos y cansados del comportamiento vergonzoso de la Ramona, la madre, que a pesar de haber fracasado en su reinado mantenía su carisma, su glamour, y siempre manifestaba esa elegancia típica de una diva que sabe lo que fue y que aún demuestra que lo sigue siendo. Muchas veces quiso involucrar a su hija en su ambiente, quería que aquel engendrito, bolita de carne, cojudecita hecha realidad por culpa de un descuido, se aunara al mundo de las reinas, al mundo de la clase, del buen comportamiento, pero Tadea, la Ramona, siempre lo echaba a perder, siempre salía con su idioteces de vanguardia –como decía la madre- porque en todos lados anunciaba su fama de Ramona, y eso su madre no estaba dispuesta a permitirlo ¡No soporto ser el centro de las risas ni de las burlas! decía muy enojada cuando regresaba a su casa con la Ramona, por eso prometió que con aquella niña sólo saldría para llevarla a la escuela y eso!

El Padre, que le leía desde pequeña los textos de Marx, Lenin, Mao, del Ché, le resultaba insultante que aquella niña no tomara atención a tan excelso saber. Cuando ésta tuvo ocho años, comenzó a llevarla a sus reuniones pues ya la había preparado, incluso desde antes del nacimiento, leyéndole los libros de los grandes maestros. Él imaginaba que así como el niño Jesús sorprendió a los maestros de la ley con su sabiduría, igualmente la hija desarrollaría su conocimiento innato y dejaría boquiabierto a todos los presentes. Para decepción del padre y de todos, aquella criatura redonda no pasó a ser nada extraordinario, comportándose como una niña más que sólo procura diversión y amigos para jugar. Al igual que el padre, los otros compañeros de pensamiento llevaban a su hijos para que se eduquen en el arte socialista y para sorpresa del mismo, los otros niños sí mostraban interés, menos por supuesto, la Ramona, que en su afán de diversión inquietaba a los niños distrayendo e invitándoles a jugar, motivo por el cual, fue expulsa y declarada no grata prohibiendo al padre volverla a traer ¡maldita sea, ahora quién heredará todo mi saber! era su lamento antes de dormir.

Lucia que se había hecho ilusiones con la súbita venida de su “hermanita” le resultaba una maldición aquella carnosa, como sus padres no querían saber nada de la pequeña habían resuelto darle al cuidado de la hermana, y ante la queja desenfrenada, altisonante de ella, llegaron a un acuerdo, que aunque justo también le resultaba injusto. Lo pactado fue: Lucia debía cuidarla, llevarla al colegio, recogerla, y hacer uno que otro menester con su hermana por el pago de veinte soles diarios, ella hubiese querido veinticinco pero no pudo sacar más, ante ello no le quedó otra que aceptar pues necesitaba el dinero, la condición: el pago debía efectuarse el sábado al medio día y el domingo descansaba; aquella cláusula no le gustaba mucho a los padres pero les parecía justo ya que Lucia también tenía que descansar. Para resolver aquel vacío de tiempo, acordaron visitar todos los domingos a los abuelos de la Ramona, una semana a unos, la siguiente a los otros, ¡como ellos están encantadísimos con su cebito andante, que la cuiden ese día!. Para Lucía era un martirio tener que liar con aquella mocosa ¡hazlo por el dinero que te hace falta! ¡Ya llega sábado! eran sus palabras de consuelo para tan sacrificada labor.

II

Así pasaba sus días la pobre Ramona: sola, sin atención, al cuidado de su hermana que lo hacía por dinero, sus padres solo la miraban en las horas de la comida y algunas veces ni la miraban, a nadie le interesaba el quehacer de aquella criatura, la hermana la odiaba cada día más, es decir, vivía en total desolación, vivía en un hogar donde cada uno pensaba en sí y no en el bien de la pequeña. La Ramona creció en soledad, en el vació de sentirse no querida, en el desierto de su casa. Todos buscaban su espacio, lógicamente que en ese espacio la Ramona no era incluida, simplemente por ser Ramona. Un día encontró una perrita en la calle, le dio pena y resolvió llevarla a su casa, pensó que tal vez no la aceptarían, pero nada perdía con intentarlo, al igual que su vida, nadie se dio cuenta que había llevado un perro a casa, salvo Lucia ¡es mejor que estés con ese perro que te soporta que conmigo, además, así ya no me jodes cuando estoy ocupada! La Ramona la llamó Motta, fue su compañía, su consejera, su ángel, su familia y también su desgracia, pues cada vez que aquel animal se cagaba en la casa se escuchaba al unísono ¡maldita sea Ramona, ese perro está encacando todo!

Cierto día toda la familia fue a la cena de graduación de Lucia, los padres estaban felices y nerviosos, por eso, semanas enteras hicieron practicar a la Ramona los modales en la mesa hasta hacerlo a la perfección. Llegado el día, la familia, elegantemente vestida, se sentó a la mesa esperando la ansiada cena, la madre con su típico estilo de miss hacia gala de su comportamiento refinado, el padre no dejaba de dialogar con un amigo ocasional sobre el socialismo y el bien que haría a la sociedad. Lucia, alegre, orgullosa y sobre todo nerviosa no dejaba de observar a su hermana, como esperando una burrada, del cual, ya la tenía acostumbrada. La mesa estaba servida y se dispusieron a cenar. Todo se desarrollaba con calma, nada extraordinario sucedía, hasta que, sin saber cómo y porqué la Ramona se ofreció a servir el refresco ¡qué atrevimiento de esta mocosa! susurró la madre empezando a sudar frío, el padre rojo por los nervios no dejaba de observarla, Lucia se quedó perpleja ¡qué pendejada irá hacer esta cojuda! -pensó- y la Ramona que deseaba reivindicarse comenzó a poner en práctica lo aprendido, despacio y con mucho cuidado fue sirviendo: para papá, para mamá, para Lucia, para el amigo de papá, para la amiga de Lucia, para el amigo de Lucia, y para mí, la familia de la Ramona se quedó sorprendida y boquiabierta por el sumo cuidado puesto por la hija; fue entonces que sucedió: la Ramona colocó la jarra de chicha en la mesa y cuando el éxito parecía sonreírle, una pulga de Motta le empezó a fastidiar en la nalga, al parecer el bicho estaba muriendo de hambre porque le picó de tal forma que la Ramona no pudo evitar dar un sobresalto realizando un movimiento brusco que terminó volteando el refresco y así embarrando a los comensales y sobre todo el vestido blanco de Lucia, los otros invitados voltearon a ver lo sucedido y no pudieron evitar las carcajadas, Lucia, por supuesto, quería morirse, la Ramona no sabía qué hacer, la madre deseaba ser tragada por la tierra, el padre estaba a punto del colapso, la Ramona mirando lo sucedido solo atinó a decir un tímido y asustadizo ¡perdón! echándose a llorar, Lucia se levantó embravecida ¡eres una Ramona, eres una Ramona! y salió corriendo. Aquel acontecimiento sirvió para que Lucia jamás volviera a ver con buenos ojos a su hermana, siempre que estaba frente a ella le decía ¡maldita Ramona, por tu culpa fui el hazme reír de la fiesta!.

La Ramona no sabía qué hacer, no entendía por qué se comportaba así, todo lo echaba a perder, todo lo derramaba, todo le salía mal. Fue entonces que resolvió desaparecer, mudarse, irse lejos y así los suyos no sentirían más vergüenza. Ya no dormía pensando qué es lo que podía hacer, a dónde podía ir, pues a donde fuese aquella maldición de ser Ramona no se le quitaría por nada del mundo, nada ni nadie haría desparecer esa desgracia, ni siquiera estando lejos del hogar, ni siquiera en el polo norte, ¡qué hago, a dónde voy!… Lo pensó una y otra vez, ¡esta vida no es para mí, no me sirve de nada escapar, a donde vaya terminaré malográndolo todo!. Un día mirando desde su ventana le vino a la mente la imagen de la muerte: ¡eso es, solo la muerte puede hacer que desaparezca esta desgracia!, la pregunta era: cómo hacer para llamar a la muerte, pues, tal vez, en su afán de morir también lo echaba a perder y la muerte ya no querría visitarla más. En cierta ocasión, leyendo un diario local encontró el siguiente titular: Mujer Desesperada Bebió Veneno Para Ratas Y Acabó Con Su Vida; ¡veneno! ¡eso es, veneno! buscó y rebuscó en el almacén de su padre algún veneno hasta que recordó que él había comprado fertilizante para plantas, en cuyas indicaciones decía: CUIDADO VENENO, entonces entendió que aquel frasco contenía la solución de su desdicha. Ya lo había pensado, esperaría que todos salieran para efectuar lo planeado. Esperó dos semanas, los padres viajaron, Lucia estaba con su enamorado, era la ocasión perfecta, debía actuar cuanto antes porque sabía que no se presentaría otra oportunidad igual. En un vaso colocó el fertilizante, lo combinó con gaseosa, se dirigió a su cuarto, puso música de Verdi: Ohime!... Morir me sento, habló con Motta explicándole su decisión, tomó aire profundamente y sin respirar ingirió todo el contenido sin evitar, claro, ensuciarse el vestido ¡qué Ramona que eres! –se dijo así misma- de pronto sintió nauseas, tenía ganas de vomitar pero prefirió aguantárselo para no arrojar su pasaje al otro mundo, la vista comenzó a nublársele, sentía mareos ¡creo que esto es la muerte! -pensó-, se recostó en su cama y poco a poco, cual vela, se fue apagando.
Allí yacía la Ramona, tendida a su miedo y a su deseo; empezó a sentir frío, abrió los ojos, ya no estaba en su cuarto, tampoco conocía aquel lugar, nunca había visto un sitio así, levantó la vista, se incorporó lentamente y caminó buscando no sé qué, encontró una puerta en mitad del camino, la tocó, salió un tipo viejo, al verla le preguntó quién era, ¡soy Tadea, la Ramona! éste al reconocerla sonrió: ¡pasa hija ! ella se sorprendió, pero se sintió segura, fue presentada delante de un señor buenachón, él la llamó a su lado ¿por qué has venido tan pronto?, ¡no te esperaba ahora!, ella le explicó su mal, él la entendió, pero le dijo que tenía que volver ¡aún no es tu tiempo! haciéndole caer en un profundo sueño.
La Ramona abrió los ojos, la luz del día casi casi la cegaba, de a pocos fue acostumbrándose, se encontraba en otro lugar; observó a su lado, estaba su madre que la miraba con pena, el padre estaba en una silla durmiendo y Lucia a los pies de ella. Al despertar, no sabía qué decir, su madre la miró ¡hija, por qué hiciste eso! , la Ramona lloró y volvió a dormirse.

Pasaron los días, la Ramona ya estaba en casa, pero esa maldita manía de ser Ramona nadie se la quitaba, a pesar que en su hogar todos se habían puesto de acuerdo para atenderla y hacerle parte de su vida, no podían evitar la cólera cada vez que ella derramaba o tiraba algo, ¡Ramonaaaaaaaa, Ramonaaaaaaa!. Así aprendieron a vivir con ella y con su torpeza, a sus padres de vez en cuando les daba ganas de ahorcarla, Lucia para evitar la cólera prefería verla menos tiempo pero lo suficiente para no tratarla mal, todo estaba pactado con tal de hacerle la vida llevadera.


III

La Ramona creció y su vida parecía cambiar, pero su manera de tirarlo todo jamás, aunque sus padres ya la entendían. En el colegio, cuando estaba cursando el cuarto año de secundaría, había desarrollado una belleza extraña y por eso la seleccionaron para concursar en el certamen de miss primavera, ella llena de nervios no sabía si aceptar, y al comentárselo a su madre ésta no pudo ocultar su alegría y su orgullo ¡no te preocupes hija, yo te voy a preparar y tú serás la reina!. Las lecciones iban y venían, las clases eran intensas, cansadas y aburridas: modular la voz, caminar, sentarse, en fin toda una sesión agotadora con el fin de fabricar una reina. En el día del concurso, la madre rezaba para que su hija no cometiera ningún error, aunque, en el camerino se había tropezado tirando los perfumes y las flores, esto no disgustó a su madre porque ¡a una futura reina siempre le pasa!. Llegó el momento del desfile, salieron las candidatas, y entre ellas, Tadea Cáceres, la Ramona, que aplicando las enseñanzas fue escalando posiciones hasta formar parte de las cinco finalistas. Su padre estaba orgulloso pues su hija estaba en el grupo de las más lindas, aún así no dejaba de comerse las uñas al mismo tiempo que rezaba al cielo para que no cometiese ninguna torpeza ¡puta, Señorcito, que no la cague, que no la cague por favor! Transcurrida la etapa de selección para proclamar a la reina, el jurado, a manera de premio consuelo, comenzó a nombrar otros títulos: miss alegría, miss simpatía, miss amistad, etc. La Ramona, a pesar de haber crecido, no había podido ocultar su pasado trágico, pues en el último desfile, en el definitorio, en donde se seleccionaría a la ganadora, un despistado rollazo salió de entre su ropa, como queriendo también desfilar, siendo percibido por los jueces. Por eso cuando estaban en búsqueda de algún título para ella, no encontraron mejor que nombrarla miss Charolita, -en alusión a las charolas que se usan para el almuerzo-, al anunciarlo no faltaron las risas, pero la Ramona que no quería mostrar su sensibilidad aceptó aquel título con orgullo. La madre no podía contener la vergüenza entendiendo luego que al menos su hija aunque miss charolita obtenía un premio de belleza con un rollazo, y no como a ella que le arrebataron el título por tener cinco kilos demás, ¡es que cuando pasó eso estaba embarazada de Lucia, pues me ganó el amor, me ganó el amor! era la respuesta que daba cuando le preguntaban sobre aquel fatídico suceso.

La Ramona siguió haciendo de las suyas en todos los lugares, ya sus padres habían aprendido a soportar aquel designio, Lucia se había mudado del hogar, la única compañía que tenían ahora era su hija Tadea, su Ramoncita, aunque torpe y descuidada se había convertido en el centro de su alegría y su rabia.

En una navidad, a la hora de la cena, Tadea se ofreció a trozar el pavo, lo hizo con tal fuerza que al cortarlo salió “volando” alcanzando el árbol de navidad, colocándose en la punta del mismo, desplazando a la estrella yaciendo
adornado e iluminado con las luces, girando al compás de la música, haciendo juego con el nacimiento y arrancando, por supuesto, risas de los invitados los cuales dijeron a viva voz ¡eres una Ramona, eres una Ramona!

- ¡Sí, soy una Ramona y siempre lo seré! –sentenciaba orgullosa-




- FIN -

4 comentarios:

Anónimo dijo...

la ramona me da pena

Anónimo dijo...

RAMONA, QUIERO CONOCERLAAAAA

Anónimo dijo...

Quién es en realidad la Ramona.siempre detras de cada texto hay alguien que se esconde.

Anónimo dijo...

Bien ah!! buen relato..jajajajajajajajajaja